jueves, 28 de enero de 2021

Música de Ayer: The Crown, Can’t Take My Eyes Off You y Mi Primer Baile

 


En el capítulo 4x06 de “The Crown” vemos a los Príncipes de Gales en Australia unidos en la pista de baile. Esto ocurrió en realidad, pero. por alguna motivo, en la serie cambiaron el tema musical por “Can’t Take My Eyes Off You”. Quizás sea porque este exitazo de Frankie Valli es tan conocido que muchas veces ha sido utilizado en muestras de cultura pop. Como regalo a Los Crownies, hice una investigación de la trayectoria de un tema que hasta para mi tiene un significado personal.



Nota: No sé asusten por lo largo de la entrada. Solo tres páginas son sobre la canción, el resto es sobre una experiencia de mi preadolescencia que también cubre la música de la época, las tendencias bailables y otros temas que interesan a las Latinas del Ayer.

Por fin, algo que sea verdad en “the Crown”. Los Gales recorrieron Australia en 1983 en un tour fabuloso que afianzó el hechizo que Diana ejercía sobre públicos de todo el mundo. Carlos no estuvo contento con el triunfo de su esposa que ahora le quitaba cámara. Eso se siente en ese baile frenético en el que la hace dar vueltas como pirinola. Existe un video de tal baile ahí se escucha otro tema de fondo: “Isn't she Lovely” de Stevie Wonder.



No sé si será porque no pudieron conseguir los derechos de autor o porque “Can’t Take My Eyes” es más célebre (y mejor) pero fue la que eligieron para la serie. No he podido encontrar de que versión se trata, pero no es la original, la grabada por Frankie Valli en 1967.



Como sabemos todo los que vimos “Jersey Boys”, Frankie Valli fue/es un cantante italoamericano que a fines de los 50, como vocalista de Los Four Seasons llevó al grupo a la fama.. A pesar de lo famosos que eran Los 4 Seasons, Valli insistió en grabar discos solo. Así fue como en 1967, grababa “Can’t Take My Eyes off You” escrita por su vocalista backup Bob Gaudio y su productor Bob Crewe. Gaudio-Crew ya habían tenido un tremendo éxito con “Silence is Golden” de Los Tremeloes. Ahora tendrían uno mayor con este hit que llegó a #2 en Billboard y fue una de las 50 canciones de 1967.



Tan pegote era el tema que entre 1967 y 1969, lo grabaron los mejores cantantes angloparlantes desde Little Anthony hasta Eddye Gorme. Mas extraordinario aun, tan exitoso era el tema en el extranjero que en ese espacio de tiempo se grabaron covers en casi todos los idiomas europeos: alemán, sueco, danés, italiano, español y hasta tres versiones en portugués. Les dejo la menos mala, la del Trio Esperanca.



Debo explicar que esta entrada no va a ser como siempre, un estudio de versiones porque muy pocas le llegan al tacón a la original y eso se debe a varios factores. Vamos a comenzar hablando de Frankie Valli y lo que significaron él, su voz y su grupo en la cultura estadounidense de los 60.

Valli, Los 4 Seasons y la Cultura Popular Obrera

Como nos muestra “Jersey Boys”, Los 4 Seasons nacen en un espacio puntual, en un momento preciso. Ellos representan el mundo étnico “blanco” del Noreste de USA. Son los hijos de inmigrantes italianos, irlandeses y polacos que todavía no se sienten parte de la cultura anglosajona y miran con envidia a los hijos de papi WASP, que van a la universidad y tienen las manos limpias.





Son los jóvenes del barrio que al terminar la secundaria irán a trabajar en la construcción, en una fábrica o en un taller mecánico. Son los que reparan autos, o a lo mejor los venden, pero rara vez pueden conseguirse un último modelo con el que deslumbrar a las bellas de la alta sociedad. Son los que, dos décadas más tarde, nos traerá Billy Joel en su “Uptown Girl”, otra canción que escuchamos este temporada en” The Crown”, y que, a propósito, es parte de un disco-homenaje a Frankie Valli y sus 4 Seasons (An Innocent Man).



The 4 Seasons ponen en los Hit Parades a toda una generación con temas que los caracterizan a sus miembros y su estilo de vida. Esta es la generación que peleará en Indochina. Por algo Michael Cimino incluye “Can’t Take My Eyes” en la banda sonora de su épica de Vietnam, “El Cazador” (1979).






La música de Valli y Los 4 Seasons va dirigida a jóvenes varones y describe el modo en que experimentan el amor de una manera muy simple y carnal y el tipo de chicas que desean y como desean que se comporten. Como “Sherry” que viene vestida de rojo a una fiesta donde el cantante espera “pueda hacerte mía” o” Big Girls Don’t Cry” donde se exige a la chica que se abandona que no llore. Hoy nos pueden parecer letras bastante sexistas, pero entonces era la voz de una generación sin grandes esperanzas ni objetivos y que posiblemente, al final de la década, hallaría la muerte en suelo extranjero.





Es por eso por lo que las letras eran refrescantes en su honestidad de expresar el deseo físico y lo vemos en “Can’t Take My Eyes” que es de una simpleza casi cruda.

Eres demasiado buena para ser real

No puedo dejar de mírarte.

Tocarte debe ser como tocar el cielo

Te deseo tanto.

Y el refrán…

Te quiero nena,

Y si te parece nena,

Te necesito para calentar mi noche solitaria

Esa simpleza nunca ha quedado bien en otro idioma. He ahí la razón por la cual se pierde el espíritu del tema en traducción. La han traducido al turco, al húngaro, al cantonés, pero no se puede traducir el contexto en el que nace.  Incluso en castellano, porque hasta la traducen mal. ¿Qué es eso de “no puedo quitar los ojos de ti”? ¿No es más simple y gramático decir “no puedo dejar de mirarte”?

Intraducible al Español

El cuento del “no puedo quitar mis ojos” es responsabilidad del primero en traducirla al castellano, aunque la canción de Frankie Valli atrajo al mundo latino aun en versión en inglés. Apenas unos meses de estar en el mercado, ya la grababa el chicano Andy Russell. Una versión tan popular que la incluyeron, treinta años más tarde en el soundtrack de “El Diario de Bridget Jones”.



Pero la primera versión en español no la cantó un latino sino un inglés. Matt Monroe se había hecho de un nombre respetable en la música pop británica con temas de filmes como “From Russia with Love”. Entonces, tal vez para llenar el vacío dejado por la muerte de Nat King Cole, decidió imitar al gran afroamericano y cantar en español (idioma que no hablaba).





Fue así como yo conocí esta canción, aunque no recuerdo haber visto el LP del 69, “En Español”, de Matt Monro. Desde entonces en España y America Latina se han grabado docenas de covers, casi todas con esa pobre traducción. En Chile tuvimos dos. Buddy Richards la cantó en inglés en 1970 y Ángel Parra de Los Tres y Álvaro López de Los Bunkers grabaron un cover en español ya en este siglo.




Aunque esa versión se llama “Te Quiero Mucho” conserva en la letra el infame “No puedo quitar los ojos de ti”. ¿Qué le vamos a hacer? Hasta Raphael la grabó bajo ese título.



Ha sido en este Siglo XXI donde se intenta crear una traducción más coherente.  En el 2005, Jennifer Peña graba, usando la música de Bob Grewe con arreglo de Ed Martel, “No hay nadie igual que tu”. 



Y por supuesto no podemos olvidar el reggaetón de Chesca con Pitbull, “The Quiero Baby”, lanzado en plena pandemia por la cantante boricua.  Aunque es bueno que la canción sobreviva en esta segunda década del siglo, y que se la modernice dándole además un toque latino, no puedo dejar de calificar estas variantes como “bastardizacion” de la letra y de la música. Me pasó también con la versión disco de Gloria Gaynor (1991).



Es que la música en si tiene el 50% de responsabilidad en el éxito del tema que comienza muy suave e intenso y de pronto toma vuelo con el refrán.  El 30% es la letra y el 20% es la voz del propio Frankie Valli.

Lo que me lleva a asegurar que hay muy pocas versiones que se acerquen a la original porque nadie supera al falsetto de Vallie quien convirtió su voz en un instrumento más de su orquesta. Debido a eso me gustan las versiones de cantantes con voces muy finas, como la de Shawn Mendes el año que pasó, o esa maravillosa performance (nunca grabada) que nos ofreció Heath Ledger en “10 Things I Hate About You”.






Con lo dicho sobre la letra queda casi confirmado que se trata de una canción para varones. ¿Pero qué sucede cuando se derriba el doble estándar y la cantan mujeres?  Ya hemos visto lo que han hecho las latinas en este siglo gracias a una mejor traducción. Tal como lo hizo Mina en la versión en italiano (“Per ricominciare”) de 1968.



Sim embargo, hay dos versiones en ingles que conservan la letra original y que aun en voces femeninas están a la altura de versión de Frankie Valli. Una es de Brenda Lee de 1968. Nuevamente tenemos un caso en que una artista convierte su voz es un instrumento. Nadie ha tenido una voz como Brenda (solo Billie Holiday).



El otro cover femenino digno de destacar es la maravillosa interpretación de Las Supremas del 68. La particularidad de este cover es que Diana Ross le cede el puesto de vocalista a Mary Wilson quien lleva la voz cantante y lo hace de manera grandiosa. La segunda particularidad, y aquí empieza la autorreferencia, es que fue el primer tema que bailé en mi primer baile formal.



MI PRIMER BAILE

Un Proyecto Apoteósico

Mi cuento comienza en diciembre de 1969, hace más de medio siglo. Mi madre, como buena bipolar, alternaba periodos de pasividad depresiva con accesos de actividad en los que emprendía proyectos apoteósicos. El de ese verano fue una fiesta “de vestido largo” para mí que acababa de cumplir los 10 años. Antes de seguir, tengo que darles un poco de trasfondo.

Durante el año 1969, mi mamá tuvo una obsesión, hacerme “crecer”. Eso se tradujo en desalojar de mi cuarto juguetes y muñecas y empapelar mis muros con posters de galanes del cine del momento. Con la excepción de Mr. Eastwood, ninguno borró de mi corazón infantil la imagen del gallardo Capitán Crane de “Viaje al fondo del mar”.

 Mr. Eastwood en su icónico rol de El Hombre sin Nombre 

Otro cambio fue en la manera de vestir. Aparte del necesario “training bra” (me desarrollé temprano lo que suscitó el temor de que la regla también me llegase temprano), mi guardarropa fue invadido por prendas de la boutique de mi mamá. Prendas para adolescentes, cuando a mí me faltaba más de un año para ser ‘señorita”. 

De pronto yo me encontré usando pantyhose aun para la escuela (las cubría con calcetines grises hasta la rodilla), microminis, transparencias, botas blancas de Nancy Sinatra y todo tipo de joyería hippie. Lo más incongruente y ofensivo fueron las camisetas del Che Guevara que pronto aprendí a manchar para no tener que usarlas para la calle.




1969 se convirtió en un año de experimentos en mi vida. Aparejada a la obsesión de mi madre vino mi propia obsesión por estudiar y sacar buenas notas. En mi escuela decidieron hacer un experimento. Los alumnos más aventajados, y con edad suficiente, se saltarían la Quinta Preparatoria. Para eso, eligieron un grupo de menos de una docena de estudiantes y después de las vacaciones de invierno, nos trasladaron a una sala especial donde, cinco días a la semana, por casi cinco meses, tuvimos clases aceleradas de castellano, ciencias sociales, ciencias naturales y aritmética.

La idea era prepararnos para tomar los exámenes de quinto grado y así comenzar sexto en marzo. Se eliminó de nuestro currículo escolar todo lo superfluo: inglés, francés, arte, trabajos manuales, música (aunque los que éramos parte del coro seguíamos ensayando en horario fuera de clase para la presentación anual en el Teatro Municipal), religión y gimnasia. Mas encima yo tenía actividades extracurriculares: coro, guitarra, y ballet. Fue un periodo agotador.

De Como Malena Aprendió a Bailar

De pequeña yo había tomado clases de ballet en mi escuela y hasta me presenté haciendo bailes hawaianos (o pascuenses) en el Municipal.  pero ahí finalizó mi carrera de bailarina. Eso desoló a mi madre que de joven había querido ser bailaora de flamenco.

Gracias a su tienda, Mi Ma hizo amistad con una chica llamada Verónica, apodada La Mona, que daba clases de ballet a domicilio. Mi Ma la contrató para venir una tarde semanal a conseguir que me parara derecha y a hacer algún ejercicio que impidiera que engordara.

La Mona era buena gente. Aunque se dio cuenta que yo era totalmente tiesa y que mi sentido de ritmo era muy débil, no se lo contó a mi mamá. Las peleas con mi madre se habían vuelto cosa común.  La Mona había sido testigo de algunas que siempre acaban conmigo llorando tras pellizcos, cachetadas y jalones de pelo. La Mona no quiso agravar las cosas ¡y hasta se ofreció a enseñarme a bailar! Era eso o dejar que mi Ma (que como pedagoga se hubiese muerto de hambre) lo hiciera.

Aquí voy a volver al tema de la música que es la base de este artículo. De pequeños, antes de tener televisor, mi hermano y yo éramos connoisseurs de la música pop. Nos hablamos criado en la cocina junto a la radio. Mi madre tenía una gran colección de discos, había sido amiga de artistas, trabajado en la Radio Corporación y en los 50 hasta había ganado un concurso de rock n roll.  Le encantaba bailar y cantar y adoraba las fiestas, solo que ya no recibía puesto que se llevaba como perro y gato con mi padre. A fines del 70, comenzaría a hacer fiestas de nuevo, pero en 1969 mi hermano y yo vivíamos en una especie de limbo musical y no habíamos visto a gente de carne y hueso bailando en mucho tiempo.

En el living había un tremendo tocadiscos con parlantes, tan altos como yo, pero era estrictamente para uso de mi padre que amasó en su vida una colección de 500 vinilos de música clásica. Mi padre odiaba la música pop, y apenas hacia excepciones para música folclórica y Gardel. Por eso Mi Ma se compró un tornamesa chiquito que colocó en la parte trasera de su tienda y ahí guardaba su colección de discos.

                               La última vez que vi los vinilos de Mi Pa (2019)

Para enseñarme a bailar, La Mona trajo su propio pick-up como se les llamaba a los tocadiscos portátiles. Ahí recién vine a conocer la escena musical de fines de los 60. No éramos totalmente ignorantes. Gracias al Festival de Viña del Mar sabíamos quiénes eran Sandro (que hasta nos visitó en casa), Leonardo Favio, Niccola Di Bari y Julio Iglesias. Raphael y Salvatore Adamo habían hecho tour por Chile, pero no teníamos idea de quienes eran los Rolling Stones, ni otros astros de la invasión británica.



Nunca habíamos oído hablar de Motown y si sabíamos quienes era los Beatles era porque habíamos visto “Help” en el Cine Olimpo. Los programas de televisión (Con la excepción del Show de Los Monkees) que nos dejaban ver eran infantiles y no muy interesados en la cultura pop. Mas encima, solo podíamos ver tele hasta las 9pm.



Con los discos de La Mona descubrimos a the Mamas and The Papas, Los Beach Boys, Las Supremas y mi ídolo, Nancy Sinatra. Lo más importante, nos enseñó a bailar (mi hermano me acaba de recordar que él se sumó a las clases de baile, creo que porque estaba enamorado de La Mona).





 JC nació bailarín como su madre, y aprendió en un periquete toda la técnica del Groovin’. Yo era otra historia. De pequeña, había logrado dominar las complejidades del Twist que después de todo es cuestión de cintura y rodillas, pero bailes más elaborados como el Nitty Gritty o el Madison me estaban prohibidos por, lo que entonces desconocía, mi discalculia. La Mona me tranquilizó, esos bailes, al igual que el Watusi y el Mashed Potato, eran cosa del pasado.






 La gracia de bailar a Go Go era que únicamente se necesitaba de brazos y pelo.  Yo podía ser tiesa como un poste y aun así bailar. Era cuestión de, en premier, mover la pierna derecha hacia el costado hasta formar un triángulo, luego volverla a juntar con la otra y repetir el mismo gesto con la izquierda. Para variar podía mover la pierna hacia adelante y en un movimiento circular crear el triángulo. Si lo hacía rápido, me aseguraba mi maestra de ballet, podía crear una impresión de flexibilidad y movimiento corporal. El resto se conseguía con movimientos de cabeza ayudados por mi lago cabello y de brazos.



Así aprendí que todo el baile radicaba en los brazos, que podía moverlos hacia adelante como aspas o como grúa, o hacer el famoso Hand Jive que yo llamaba “enmadejar lana”, o una serie de gestos sinuosos de bayadera. Y viendo videos de la época, efectivamente todo era brazos y cabello.




En suma, para mediados de diciembre, la Mona pudo anunciarle a mi madre que yo ya sabía bailar. Sumado a que, por segundo año, mis buenas notas me habían colocado en el Cuadro de Honor de mi escuela y que ya era un hecho que en marzo iniciaba el sexto y no el quinto grado como la mayoría de mis condiscípulos, era obvio que yo ameritaba una recompensa. Mis compañeras recibían de sus padres ropa, bicicletas, hasta un viaje a Mendoza. El premio de mi madre fue …una fiesta de vestido largo.

Una Especie de Quinceañera y El Rubio Gustavo

Yo sé que, en siglos pretéritos, “poner de largo” a una chica puede haber abarcado hasta tan jóvenes como de doce años, ¿pero diez? Era como mucho. Sobre todo, porque la idea era un baile elaborado, mezcla de presentación en sociedad en la Season londinense con una Quinceañera mexicana. Creo que muchos en el entorno de mi madre se lo hicieron notar en vano y por eso “desaparecieron” incluyendo a mi padre al que no recuerdo involucrado en los preparativos de la fiesta. Y fiesta hubo. Cuando algo se le metía en la cabeza mi madre…



Lo divertido es que el evento no giraba en torno míoyo era un mero peón-sino de un individuo llamado Gustavo M. Hijo de un amigo de mi padre, Gustavo tendría unos 15 o 16 años, era rubio con cabello casi blanco, espigado y poseedor de ese look germano-chileno muy cotizado en mi país en ese entonces. Yo lo había visto pasar en bicicleta enfrente de mi casa y aunque no habíamos intercambiado ni un saludo, cuando mi mamá me anunció que iba a ser mi chambelán, lo acepté sin rechistar.

A pesar de que mi madre tejía sueños futuros de verse de suegra de Gustavo, yo no los compartía. Me parecía simpática la idea de su fiesta, algo que yo imaginaba como el cotillón de Atlanta en Lo que el viento se llevó, pero mi corazón ya estaba dividido en tres partes. Una le pertenencia al Capitán Crane de “Viaje al fondo del mar”, otra era de mi “pololo” (noviecito) oficial Jonás V, y la tercera era de Juanito M, con quien yo sentía un vínculo mistico-romantico puesto que habíamos nacido el mismo día, mismo mes, mismo año y en la misma ciudad.

      Juanito en Primera Preparatoria (1966)

La mayor virtud de Gustavo para mi madre era que iba traer a sus amigos que eran cadetes. Nunca supe si Gustavo había sido alumno, expulsado o quería postular a la Escuela Naval. El hecho es que le prometió a mi madre traerle a un grupo de “empanaditas”, que así se llamaba entonces a los alumnos más jóvenes de la Escuela Naval, ¡y en uniforme! A lo mejor mi mamá pensaba que estar en brazos de un marino de verdad me haría olvidar al Capitán Crane.

     David Hedison como el Capitán Crane

Para que el affaire no fuese solo de uniformes, mi Ma invitó a F. mejor amigo de mi hermano con la obligación de traer a sus hermanos mayores, y también a La Keka, hermana de La Mona, que cursaba el último año de secundaria en el St. Peter’s con la condición de que trajese compañeros. Curiosamente, también invitó a Jonás y a Juanito. Según mi hermano me explicaba ahora, es posible que quisiese contratar el infantilismo de esos chiquilines con la madurez de los cadetes y hacerme olvidar por una vez mis amores con “cabros chicos”.

Aunque ya se me presentaba una variada opción de compañeros de baile, también había que pensar en invitar otras niñas. Lo normal, viendo el rango de edad de los chicos (entre 14 y 16 años), hubiese sido invitar chicas mayores que yo, pero mi mamá no quería que me apantallaran. Así que no incluyó en su lista ni a mis amigas mayores, ni a hijas de sus amigas, inclusive decidió des-invitar a la Keka. Su solución fue invitar a tres de mis compañeras que también habían pasado de curso y que según mi Ma tenían la “madurez” necesaria + y mamás de “mente abierta”, para ser parte su proyecto.

Redondeó la lista con dos especímenes muy curiosos. La Pancha B. era, probablemente, la peor alumna de toda mi escuela. A sus doce años seguía en cuarto de preparatoria, pero era sofisticada hasta el punto de la altanería. La otra era la Monse U., un año mayor que yo, y casi tan alta y desarrollada como la Pancha. No era tampoco muy buena estudiante por lo que no se había ganado la oportunidad de saltarse de curso. Pero según mi mamá, era “viva” y se portaba como “niña grande”.

Problemas de Vestuario

El proyecto de mi Ma comenzó a verse factible. Fue a El Encanto y me compró una seda azul cielo que les encargó a las niñas de su taller que convirtiesen en un modelo parecido a algo que usaba Barbra Streisand en “Hello Dolly”.  De Calzados Donna vinieron unas sandalias de charol rosado con adornos de cuentas de acrílico y tres centímetros de taco, y en la joyería de Don Carlos Varas, escogí unos aretes de abalorios de cristal celeste.

  Mas o menos asi eran mis sandalias

El primer escollo se presentó un par de días después de Navidad, cuando me probé el vestido. El error de mi Ma fue escoger un modelo de reloj de arena que todo lo que consiguió fue evidenciar que yo tenía un mini cuerpo de reloj de arena. La tela (que a nadie se le ocurrió forrar) se pegaba como segunda piel a cada curva de mi cuerpo y las pechugas de pronto se veían más grandes que lo acostumbrado y amenazaban arrancar del escote.

Por suerte, antes que a mi madre le diese un ataque sorrial, su amiga, la Tía Nolfa apareció con una solución: una pieza de tela que había traído del Perú. Era lino delgado de un soso color beige. No lo que uno planearía para un vestido de baile, pero era suficiente para hacerme un maxi dress y tenía como adornos bandas verticales de jarrones incas en tono celeste y rosa que combinaban con mis aretes y mis zapatos. Mi Ma escogió un modelo de Balmain que sacó de Elegancia y le encargó al taller que trabajaran horas extras.

     El modelo de Balmain que eligió mi madre

Las invitaciones decían “domingo, 5 de enero de 1970”.  El viernes tres, mi mamá aprobó el vestido y al cerrar su tienda se trajo media docena de discos. No voy a negar que era una minicolección ecléctica, pero tras cotejar con mi hermano para acordarnos de cada uno, no eran precisamente el tipo de música para una fiesta juvenil (o infantil).

Había uno de piezas bailables de Bert Kaempfer; Rodgers and Hammerstein a La Dixie interpretado por Pee Wee Hunt; Mucho Gusto de Los Machucambos y un disco de Blood Sweat and Tears que era un experimental. ¿Lo más decente? Rubber Soul de Los Beatles, la banda sonora de “El Graduado” y Together de Las Supremas (en duetos con The Temptations).



Mi Ma me informó que había solicitado de su peluquería que su peluquera favorita, la Haydee, viniera el domingo a peinarme y maquillarme. Ya el proyecto estaba en marcha y lo más evidente para mi hermano y para mi eran los preparativos del bufete. Vimos llegar del Almacén San Martin (entonces no existían supermercados en Viña del Mar) javas de bebidas gaseosas y cajas de casata Bresler y Savory.

Eso era un suceso en casa. En nuestra infancia nuestra alimentación era equilibrada, solo probábamos helados y refrescos para cumpleaños y fiestas de fin de año. Cuando mi mamá apartó dos botellas de champan de la despensa y las puso a helar, nos dimos cuenta de que esta iba ser una fiesta ‘de grandes”

Como nuestra nana de planta, La Malena, estaba (para variar) embarazada, MI Ma le pidió que trajera alguna amiga para que le echara una mano. También le pidió a su modista de confianza, la Enriqueta, que viniera. El domingo desde temprano comenzó el ajetreo en la cocina. Los pollos que habían llegado el sábado recién ahorcados y desplumados se fueron al horno. Las nanas se encargaron de hacer varias bandejas de ensaladas, la infaltable ensalada rusa, la de palta y quesillo con flores de rabanito y, otra extravagancia, palmitos con aceitunas. Mi Ma hizo una fuente gigante de Macedonia (ensalada de frutas).

El Proyecto Comienza a Presentar Obstáculos

 Mi Ma había invitado a Jonás y su hermana Rosemary (que hasta ese día fue mi mejor amiga) a almorzar, también la Haydee estaba en la mesa. Fue mientras comíamos el asado del sábado que mi Ma descubrió un hecho alarmante, ni Jonás ni la Rosemary sabían bailar. Eso la hizo correr por el teléfono, artefacto que jugaría un rol importante en ese día.

Mientras tanto, la Haydee lavó mi cabello y lo enrolló en tubos. Fue durante ese proceso que aparecieron los M.  Juanito venia con el terno dominguero y una corbata de pajarita. Su hermana, la GiGi venia de vestido largo, de gasa transparente negra bordada con estrellas de lamé.  Mi madre se quedó con la boca abierta de estupor. ¡Era un disfraz de hada con varita mágica y todo!

                           La Gigi en su Primera Comunión (1968)

La Haydee me embutió la cabeza en uno de esos secadores antiguos de pie de peluquería que mi Ma tenía en el cuarto que llamábamos “del televisor”. Mis amigos se arremolinaron alrededor de la tele ya que era el horario de “Maya”, una serie sobre una elefanta hindú. Como el secador daba a la ventana, me levanté para voltearlo y ver la tele. Justo llegó Mi Ma y como no podía apalearme, se limitó a jalarme de una oreja aullando que no sabía para qué había gastado en una fiesta si todos éramos una pila de mocosos inútiles.

Como Mi Ma siempre nos hablaba como adultos, comenzó a despotricar en contra de la gente que la tenía enferma de ira. Había llamado a la Tía Gilda M.  para preguntar por qué había mandado a la GiGi vestida de mamarracho y la repuesta la descolocó: “¿es que acaso no estás dando una fiesta de disfraces?” Una oscura sospecha la hizo llamar a otros invitados. Los hijos de la Tía Violeta ya estaban saliendo disfrazados de Drácula, cuando mi madre alcanzó a avisarles que en su fiesta no se admitían vampiros.



La misma sospecha la hizo contactar a las invitadas para avisarles que no se aparecieran disfrazadas de gitanas o ballerinas, pero recibió una sorpresa más desagradable. ¡Nadie quería venir a mi fiesta! Algunas mamás sacaban excusas de su manga: “Fulanita amaneció con un virus estomacal”, “Zutanita está visitando a su abuelita en Bucalemu”, “Perenganita tiene cita con el dentista “(¿en la noche del domingo?).  Otras fueron más francas. Se negaban a mandar a niñitas que todavía jugaban a las muñecas a una fiesta donde “iban a bailar con hombres”.

Si algo detestaba mi madreaunque le ocurría con frecuencia era que sus excentricidades fuesen malinterpretadas. Lo que la sacó de su furia fue la llegada de refuerzos, o sea de Juan Pablo H. Los H, cuyos miembros oscilaban entre los 7 y 27 años, eran una familia que había sido amiga de mis padres desde nuestra bajada a Viña en 1961. Tan asiduos eran a nuestra casa que nos llamábamos “primos”.

                      Juan Pablo en la epoca en que lo escogí de novio (1963)

Lo normal hubiese sido que la Marianados años mayor que yofuese parte de la fiesta, pero ese miedo de mi madre a las chicas mayores, la había excluido.JP era otro cuento. A los tres años, cuando él tenía 10, yo había anunciado que era mi novio y que algún día nos íbamos a casar. El cortésmente aceptó mi propuesta. Claro que, en 1970, a los 18 años ya tenía otra vida, otros planes. Una lástima porque se había puesto lindísimo, muy francés, tipo Gerard Philippe en onda hippie.


                                          Asi,  mas o menos, lucía JP a los 18 años

JP había venido, no a bailar conmigo, pero si a enseñar a bailar a los invitados menores, porque se descubrió que los M.  tampoco dominaba el arte del Go-Go. Mientras tomaban su lección, la Haydee me hizo un peinado altísimo. Lo afirmó con horquillas y mucho fijador y entre ella y la Enriqueta me vistieron y me pintaron. Acabado de poner el rímel y mirarme al espejo, me sentí como reina de cuentos y bajé al living a ser admirada.

Las niñas me aplaudieron y felicitaron, JP me sacó un kilo de fotos. El único que no parecía impresionado era el pobre Jonás que estaba sudando la gota gorda. Aunque era buen bailarín de cueca no tenía la flexibilidad para el groovy GoGo’. Tal vez porque su conciencia mormona consideraba los bailoteos como frivolidad. ¿Pero dónde estaba Juanito?

                                                  Jonas en 1966

Fuimos a la cocina donde mi hermano estaba cuchareando una de las cajas de helado. Nos explicó que Juanito no quería aprender a bailar ni ser parte de la fiesta. Había llamado a su madre para que viniese a buscarlo y entretanto llegaban por él, se había encerrado en el baño de servicio. Antes, había tenido la precaución de arrancar la perilla, pero en su apuro se cayó la interior y había quedado atrapado. Las criadas lo estaban rescatando, usando la parte de atrás de un cepillo de dientes como llave.

Cuando volví al living me encontré a mi mamá desplomada en el sofá y apostrofando a Jonás. Había recibido el golpe de gracia y se desquitaba a con mi pobre pololo. Se le había ocurrido llamar a Gustavo para ver si tenía amigas que reclutar para la fiesta, pero la nana de los M. le había dicho que “el joven Gustavo” se había ido a la playa con sus amigos.

Llegó la Tía Gilda a buscar a Los M. Jonás, que ya estaba llorando, dijo que se iba con su hermana también. Juan Pablo puso los pies en polvorosa y a las 6pm de ese domingo, la fiesta cesó de existir antes de siquiera nacer.

La Fiesta se Salva

Yo estaba enfurecida, así que, en un último acto de rebeldía, me fui a mi dormitorio y me quité las horquillas deshaciendo el peinado que tanto le costó trabajo a la Haydee armar (por suerte ya se había ido). Me senté delante del espejo contemplando si quitarme el maquillaje cuando entró mi madre. Ni se fijó en lo que había hecho con el peinado. Traía una sonrisa de oreja a oreja.

En el espacio de un cuarto de horas, tres llamadas telefónicas habían salvado la fiesta. La primera fue de la Monse U. Muy decidor que fuese ella y no sus padres, quien hiciera la llamada. Se notaba que quería venir. Le habían regalado un minivestido verde para Navidad, muy bonito. ¿Podía venir en él?  Mi madre aceptó encantada. “Te dije que se podía confiar en esa chiquilla”.

                                                    Asi era el vestido de la Monse

La segunda llamada fue de la Gina V., una compañera mía que iba ocupar el puesto de mi mejor amiga en el ‘70. La Gina era la menor de cuatro hermanos, bastante mayores. La llamada vino de la hermana, que creo que estaba postulando o ya estudiaba en la Escuela de Carabineros. Como miembro ya de la Familia Militar sabía que los cadetes eran más inofensivos que lo que temían otras madres.

Le habló a la mía en un lenguaje que pudiese entender. La Gina podía venir, pero se iba a las 11 y un hermano vendría a dejarla y a buscarla. No tenía vestido largo, pero si un pijama con el que había tenido existo en las fiestas de Fin de Año. En lenguaje de modas de ese entonces, “pijama” era un conjunto de pantalón y túnica hecho de material ligero, casi siempre estampado, que en tela apropiada era adecuado para soirée.


               Piyamas sesenteros. El de la Gina era como el estampado pero en azul y blanco

La última llamada fue de Gustavo para preguntar si “era hoy la fiesta” (¡!!) Ni se acordaba del encargo de los cadetes, pero si a mi Ma le parecía, podía traer a sus amigosincluyendo a su hermano de 14 añosde la playa. Así que no íbamos a bailar solas.

Por suerte, mis compañeras vivían cerca y llegaron pronto. Mi Ma las maquilló de carrera y nos dejó a todas super estupendas. Aprobó mi nuevo peinado y me prestó uno de sus cintillos de satén trenzado celeste. Para demostrar su aprobación nos sacó fotos, individuales, grupales, paradas o sentadas. Las nanas habían adosado la mesa contra la pared y puesto las sillas enfrente, en grupos de tres. Ahí nos sentamos a esperar a nuestros chambelanes.



El Negro y Los Chambelanes

Llegaron pasadas las 7:30pm, estaba oscureciendo. No venían ni de cadetes, ni con facha de chambelanes. Gustavo traía unos pantalones a rayas, muy de moda entonces, pero que yo consideraba super ordinarios y un jersey ligero amarillo pollito que iba con su pelo largo y rubio. Sus amigos un larguirucho de apellido Sepúlveda y otro llamado Ignaciovenían en tenidas parecidas, muy playeros, hasta con arena en el pelo.

El único que parecía gente era Carlos. Apodado en su familia “El Negro” por tener cabello castaño y ser el único capaz de broncearse, venia con un dorado que ni de solario, pero también era el único en parecer haberse tomado un cuidado al vestirse. Sus jeans estaban limpios y su camisa azul parecía recién planchada. Es como si lo tuviese ante mi ahora y puedo asegurar que una mirada bastó para que Gustavete se fuese a la porra, al menos en mi cabeza y corazón.

Por años, mi madre describiría esa llegada de los “chambelanes” de esta sucinta manera: “Entraron los chiquillos y se abalanzaron sobre las viandas. Después de media hora de tragar y masticar, recién se dieron cuenta que había niñas en el comedor.” Tiene mucho de verdad. Entraron, saludaron a mi madre de beso y educadamente. A nosotras nos lanzaron un ‘hola “desabrido y, al enterarse que podían servirse comida, se incrustaron en la mesa por más o menos unos 20 minutos.

Entretanto, Mi Ma, puso Rubber Soul en el tocadiscos. Tras tocar la campanilla por largo rato, me mandó a la cocina a buscar a la Malena y al helado. La Malena, por su embarazo, se había ido a tender en su pieza y había dejado a mi hermano a cargo del helado, lo que se tradujo en que JC abrió todas las casattas y metió cuchara en cada una. Agarré la menos cuchareada y volví. Mi Ma comenzaba a servir la macedonia y el helado cuando descubrió que la Monse y el Sepúlveda estaban bailando.

Como saben los conocedores de Los Beatles, el final del primer lado de Rubber Soul está ocupado por “Michelle”. Como esta balada puede calificarse como un “slow”, la pareja estaba bailando “apretadito”. De un brinco, mi Ma se puso al lado y le dio un golpecito en el hombro al bailarín: ‘En mi casa no”. Hubo un cambio de mood total. La Monse se derrumbó en una silla y parecía como que iba a llorar. Los mocosos (ahora los veo como tales) se arremolinaron en el living (eran dos salas separadas por un arco) y se pusieron a hablar en murmullos aparentemente buscando otro disco.





Fue ahí que se descubrió que la biblioteca disquera era muy pobre y solo merecía la befa de los invitados. Los Machucambos fueron a dar al otro lado del sofá. Kaempfer, por muy veterano de la Kriegsmarine que fuera, los acompañó junto con la trompeta de Pee Wee Hunt. Finalmente pusieron el disco de Las Supremas. Yo aproveché de agarrar los platos sucios y arrancar a la cocina.



Cuando volví, la atmosfera había mejorado y ahora la Gina se había unido a la Monse en la pista de baile. “No dejes a tus invitados botados” me reprochó mi madre. “Pero si ni me miran” iba a contestarle cuando Carlos se acercó y me invitó a bailar. Aunque me esfuerce y me retuerza el cerebro no recuerdo que sentí ni cómo sucedieron las cosas. De pronto me encontré moviéndome en el centro del living y en el trasfondo oía la voz de Mary Wilson (en dueto con Eddie Kendricks de The Temptations).



El resto de la noche lo recuerdo a retazos. Sé que bailé varias piezas. Sé que me mis movimientos, aunque mecánicos, fueron los adecuados. No pisé a nadie, no me tropecé con nada. Mi madre, mi juez más implacable, me dio su aprobación con un “la Mona es buena profesora”.  Recuerdo que bailé con Ignacio y con Carlos. Nunca con Sepúlveda. ¡Le llegábamos a la rodilla! Así que bailó solo con la Monse. Sé que Gustavo me ignoró olímpicamente y se lo agradezco.

Lo más surrealista de la noche ocurría precisamente cuando dejábamos de bailar. Mi Ma estaba ultra activa. Iba a la cocina a buscar cosas y a llevar loza sucia. En una le quitó el helado a mi hermano y lo mandó a acostarse. A ratos nos sacaba fotos con las que llenó todo un álbum pequeño. En otras nos sirvió champaña…Finalmente, se le ocurrió encendernos cigarrillos.

Se dice que en Chile los niños aprenden a fumar a los 9 años. En mi caso es cierto. La Monse y la Gina también fumaban, aunque todas a escondidas de nuestros padres. Por eso es por lo que era chocante que una adulta nos encendiera los puchos y nos dejara fumar en público. Los chicos nos miraban fascinados, como si fuéramos espectáculo de circo. “¿La deja fumar?” Gustavo me señaló por el dedo reconociendo por primera vez que yo existía.

“En mi presencia, nada más” contestó mi Ma echando humo por las narices. Yo podría haberle recordado que hacía solo un año me había descuerado con su cinturón cuando me descubrió fumando, pero como a todos me quedaba claro que mi madre era el maestro de ceremonias de ese circo, El Señor Corales, y nosotras éramos los animalitos. Estábamos ahí para bailar, fumar y ser decorativas. Los muchachos también lo entendían así. En toda la noche todo lo que nos dijeron fue “¿quieres bailar?”. Nunca nos preguntaron ni nuestros nombres. A ellos si los interrogó Mi Ma y así supo que Ignacio era hijo de un frenemy de mi papá.

No recuerdo que música bailé. Se que con Carlos bailé “Mrs. Robinson” del soundtrack de “el Graduado” que me presentó por primera vez a esas glorias judías de Queens, Simon y Garfunkel. Recuerdo que con Ignacio bailé “Spinning Wheel” en mi también primer encuentro con Blood, Sweat and Tears y con Carlos, del mismo disco, bailé “You've Made Me  So Very Happy”. ¿Alguien, hoy, se acuerda de Blood Sweat and Tears?











Llegó un momento en que acabado el repertorio antes que la velada, se volvieron a poner los discos. Al menos yo recuerdo haber bailado “Baby You Can Drive My Car” de Rubber Soul con Pedro, el hermano de la Gina.



La llegada de Pedro fue otro cambio de atmosfera. Cuando le dijimos que no se llevara a la hermana todavía porque la estábamos pasando tan bien, llamó a su casa y dijo que quería bailar una pieza con cada una de nosotras y luego se iban. Dado el permiso, procedió a sacarnos a bailar. A sus catorce años, Pedro tenía personalidad, iniciativa y no lo cohibía hablar con mujeres de cualquier edad. En chileno, “era más canchero” que todo el rebaño con los que habíamos pasado nuestro primer baile. Pasadas las once de la noche, nuestros invitados partieron en manada como habían llegado. La única diferencia es que se despidieron de besos de nosotras.

Lo más extraordinario es que solo ahora medio siglo después vengo a recordar el suceso. Las sandalias y los aros los usé por un año. El vestido ni sé que hicieron con él. Las fotos desaparecieron con otros recuerdos familiares que estaban dentro de un baúl que se robaron cuando mandamos nuestras pertenencias a USA en 1974. Si mi hermano no hubiese sido testigo yo creería que todo fue un fragmento de mi imaginación

Dos años después del baile, descubrí que la Monse U. andaba de novia con Gustavo, pero esa historia ya no me atañe. El epilogo de mi historia llegó después del terremoto de 1971. Mi Ma nos hizo dormir en el living por precaución y una noche en que cocinaba en la chimenea, se acordó de la fiesta. Yo comenté que los chiquillos debían de haberse aburrido mucho porque nunca más habían dado señales de vida.

Mi madre me corrigió. En las semanas que siguieron al baile, Carlos e Ignacio habían llamado a la casa preguntando por mí. Querían volver a verme. “Me cansé de darles excusas’ dijo mi Ma, “tuve que contarles la verdad. Que tenías 10 años. Ahí se dejaron de molestar”.

Por un lado, me llenó de orgullo saber que había causado suficiente impresión en ‘hombres” que hubiesen querido verme después del baile. Por otro me di cuenta de que la Tía Gilda tenía razón. Había sido una fiesta de disfraces, un cosplay donde yo había fingido ser una adulta. Eso “no quita lo bailao”, como decimos en Chile y cuando escucho “Can’t Take My eyes Off You” el recuerdo es siempre bueno.


jueves, 7 de enero de 2021

Aromas del Ayer: Perfumes de Cacharel

 




Es una lástima que, en el siglo pasado, un encontronazo alérgico con una mala versión de Anais Anais me haya predispuesto en contra de la marca Cacharel. Nunca es tarde para remediar. Algo que he descubierto ahora al conocer un par de perfumes de esa firma que son totalmente exquisitos.

Cacharel es una firma relativamente nueva. Fue fundada por Jean Bousquet en 1962 yhe ahí mi sorpresa-originalmente fue una casa diseñadora de moda juvenil. Yo ni sabía eso, tal como no sabía que sigue creando ropa para mujer, de preferencia jovencitas. Miren que bonitos diseños.


                                                Mila Kunis en Cacharel

Sobra decir que, aunque su ropa sea llamativa y se venda bien, Cacharel ha pasado a la historia como creadora de perfumes. La mayoría de los cuales nacieron antes que este siglo, lo que definitivamente coloca a Cacharel en la lista de fabricantes de Aromas del Ayer.

Todo comenzó en 1978 con un perfume que ha dado nombre a millares de niñas alrededor del mundo. ¡Si supieran que Anais fue inspirado por el Anás, un patito oriundo de la Camarga! Aunque siempre supe que existía, nunca me interesó comprarlo, usarlo, olerlo. Fue en 1996, apenas unos meses de regresada a Chile que, en una reunión familiar, la esposa de un primo tercero ofreció venderme un frasquito. Aunque me pareció super ordinario andar vendiendo perfumes en una reunión familiar, para caerle bien lo compré.



Normalmente, mi reacción alérgica a un perfume es apenas olido comenzar a toser y estornudar. Con este fue diferente. Un día después de haberlo usado, me brotó un sarpullido por todo el cuerpo. Para colmo el perfume adquirió un hediondo olor a vinagre. La Angelita me comunicó que había sido víctima de una estafa común en Chile. La venta de imitaciones baratas de perfumes conocidos.





La experiencia me hizo tomarle desconfianza y fastidio al producto Cacharel. Fue en mi último cumpleaños cuando un frasquito de Anais-Anais en un estuche de miniaturas que recibí de mi hermano me hizo descubrir lo que me había perdido.

 Es un olor exquisito, muy puro y limpio. Por sobre el conocido colchón de azahar, lirio de valle y jazmín, se eleva la pulcritud de la azucena y el romanticismo del jacinto. Me trajo a la memoria, el altar que en mi escuela primaria erigían a la Virgen para el mes de Maria, y para el cual yo siempre llevaba un ramo de azucenas, una de las pocas flores que crecían en nuestro jardín.



Con la fama cosechada por el Anais Anais confeccionado por Roger Pellegrino y otros Cacharel podría haberse dormido en sus laureles, pero nueve años después de la gestación de su perfume estrella, sacaba al mercado a Lou Lou. Otra miniatura que encontré en mi estuche, y que a primera vista provoca risa. Su frasquito diminuto de plástico celeste con su tapita color vino parece un juguete. Mas que ordinario y baratieri, recuerda esos pomitos de perfume que incluían en los kits de maquillaje para nenas en los 60.



Es un enigma por qué Cacharel decidió enfundar un perfume tan exquisito en un envase tan vulgar, pero lo que importa es el perfume en sí. Jan Guichard creó una fragancia intoxicante, posiblemente gracias a la evidente presencia de las resinas, del sándalo y de la canela. Por debajo asoman tímidamente el heliotropo y la flor de tiaré.

Los 90s traerían nuevas sorpresas de parte de Cacharel como Edén en 1994. En un envase que parece un termo en verde y plateado, Edén es un cítrico total, muy verde que me recuerda a Le Jardín de Max Factor.



Fue a fines de siglo, en 1998 para ser exactos, que aparecía la fragancia más conocida de Cacharel. Me temo que, a pesar de su fama y finos ingredientes, nunca he sido fan de Noa. La encuentro sintética, falsa, una fragancia manufacturada en un laboratorio donde ha sido despojada de todo olor natural.



Mas o menos lo que experimento al oler Amor, Amor, el perfume del siglo XXI de Cacharel. Aunque creado por Dominique Ropion que también fue la nariz tras los mejores de Givenchy, es nada más que un cítrico avainillado. No me llega. Se lo dejo a Sandra Bullock a la que parece gustarle.



Otro cuento es el descontinuado Scarlett. Cuando abrí mi álbum de perfumes en Pinterest, incluí a mi Reina Scarlett y ella contribuyó con un Cacharel que lleva su nombre. Aunque descontinuado, sigue siendo una fragancia increíble creada por Alberto Morilla el perfumista estrella de Bulgari.; Honorine Blanc que ha creado perfumes para JLO, Britney y Beyonce; y Olivier Cresp, la nariz detrás del Nina de Nina Ricci y del Black Opium de Saint Laurent.

Con esos magos, es natural que Scarlett sea moderno, exótico y exquisito simultáneamente. En términos simples hay dos aromas que sobresalen, pera confitada como esas frutas abrillantadas que yo le compraba a mi Pa en Quillota, y una buena y reconfortante taza de té con limón. Aunque sorprenda, los dos olores combinan competentemente para conseguir que este perfume del 2008 sea legendario.



Mas encima tiene un envase sorprendente.  La tapa cubre todo el frasco y aunque de plástico labrado, su tono y aspecto recuerda a filigranas de marfil. Se puede todavía encontrar en eBay y por meros $200 en Amazon.



¿Han usado Cacharel? ¿Cuál es su perfume favorito de esa marca?