Solo faltan unas
semanas para dejar atrás el 2022, año que pasó con velocidad de guepardo, lo
que no quiere decir que haya estado exento de malos momentos. Para superar mis
desastres domésticos quiero pasar mi periodo de hibernación invernal
consintiendo mis sentidos. Lo que implica elegir meticulosamente los perfumes
que me acompañarán hasta marzo. Como muchas de estas fragancias ya han tenido
su entrada, voy a limitarme a poner los enlaces apropiados y a explicar por qué
son aromas invernales. Esta entrada la dedico a mi amiga colombiana, Mariana C., que siempre me pregunta que
perfumes son los más adecuados para cada ocasión.
Efectivamente,en invierno no usamos las mismas fragancias
que en verano o media estación. Esta nota no solo toma en cuenta el clima sino también
la edad. A los 63 años no nos viene lo que usábamos a los 23. Por otro lado, está
mi salud, mis alergias aumentan cada día, ya no tolero ni el olor de la
gardenia o los jazmines cuando son la base principal de un perfume. Para peor, desde que perdí el olfato con el Faux Covid de
julio, no he recuperado ese sentido totalmente. Aun así, he conseguido una
buena colección donde prevalecen los aromas europeos.
Bueno, no todos
son europeos. Un perfume idóneo para el invierno es el Red Door de Elizabeth
Arden. No hablaré mucho de él porque planeo una nota sobre las fragancias Arden
para comienzos del 2023, pero hasta su envase de tapa roja y su estuche carmesí
ya proporcionan calor.
Otros perfumes
americanos que son muy buenos para invierno e incluso las estaciones
intermedias son los de Adrienne Vittadini (nacida ella en Budapest). Algunos como
el Amore con sus notas de tilo son recomendables hasta para las adolescentes.
Nos vamos a
Europa, a la Madre Patria, y ahí encontramos uno de mis aromas
preferidos, Tabú de Dana que en invierno es como llevar una estufa
portátil, es muy templado. Este 2022, mi hermano me regaló para Janucá un
estuche de productos Dana de colección, trae dos frascos de Tabú y dos de Chantilly
en envases antiguos.
Tabú es el
perfume invernal por antonomasia y es excelente para las gorditas. Yo lo he
usado pesando 50 kilos o con el doble de ese peso, por eso noto la diferencia. Reiteró sienta
mejor cuando se tienen kilitos de más.
El Chantilly es
muy tenue, muy agradable y sienta a mujeres de todos tipos y edades. Creado por
Houbigant en 1941, hoy es vendido bajo la marca de Dana. Es un cítrico
avainillado, que como su nombre indica es sabroso, pero refinado.
De España
saltamos a Francia, al Emeraude de Coty que me acompañó en mis últimos años de
secundaria. Aunque nació en 1935, Emeraude sigue vigente y me sienta mejor
ahora que en mi adolescencia. Es un perfume verde bosque, idóneo para días
nublados o lluviosos.
Otra fragancia
para lluvias es la Tosca de Maur&Wirtzer con sus bases cítricas. Este clásico
alemán ya no se encuentra en Amazon, pero me dicen que algunos Walmart de la Unión
Americana lo venden.
Si Emeraude es un
perfume de lluvia ¿qué debemos usar en los días de nieve que se acercan? Yo le voy a los perfumes eslavos que entienden
de llanuras nevadas. Un ejemplo es la colección Pani Walewska que, con
la excepción del primaveral Sweet Romance, es perfecta para días nublados y con copitos
de nieve. Yo estoy ahora con la versión Gold del clásico polaco, cuyo sándalo y
almizcle combinan bien con la suavidad de la rosa y la fresia. Las variedades Sweet
Romance y White les van muy bien a las colegialas.
En cuanto a un
perfume de ventisca, me temo que debemos partir a las estepas rusas. No sé si
será ofensivo para Ucrania, cuyos esfuerzos defensivos apoyo, el promover
productos de Rusia, pero debo mencionar al antiquísimo Or de Scythes con ese aroma fuerte e hipnótico que solo pueden
usar mujeres hormonales, de armas tomar, y con edades entre treinta y cincuenta años.
Este aroma de 1925 es difícil de conseguir. Yo lo compré vía Amazon de un
proveedor, no recuerdo si de Georgia o Ucrania.
Si no cabes en
esas categorías, te indico uno de mis perfumes favoritos, Maroussia de Slava
Zaitsev que en el 2022 ha cumplido 30 años y definitivamente lo recomiendo para
señoras de esa edad y mayores también. Viene en un envase tan hermoso que hay
que coleccionar la botella. Si hueles el envase sientes un olor a flores
blancas: lirio, jazmín, nardo y sobre todo azahares con un toque avainillado.
Maroussia puede comprarse en USA, España y México vía Amazon.
Hay un aroma tan
cálido que puede descongelar hasta un día de nieve: se trata de la vainilla.
Existen muchos perfumes que contienen esta especia nacida en México. Algunos
famosos los confeccionan firmas cara como Jo Malone, Henri Bendel y Victoria’
Secret. De joven yo usé Vanilla Field de Coty que todavía puede conseguirse en
Amazon por un precio razonable. No les aconsejo la Island Vanilla de Pacífica,
porque como casi todo en esa exótica firma, se trata de un perfume de días de playa y
noches tórridas.
A comienzos de
los 90 dejé mi Coty y me trasladé a la verdadera vainilla comprando un aceite esencial
de The Body Shop que por ser tan natural podía hasta usar en mi cabello. El
aceite de vainilla saca brillo del cabello opaco así que pueden sin miedo poner
unas gotas en el cepillo (no aconsejable para rubias o pelirrojas). Como TBS se
puso majadero con J. K. Rowling, yo los cancelé. Desde entonces ando en pos de
un perfume de vainilla adecuado y no muy caro.
Lo encontré en un
Body Mist de Body Fantasies Signature. A diferencia de otras nieblas, el
perfume es fuerte y perdura. Lleva casi veinte años en el mercado. En Chile yo
la use en la época más tenebrosa de mi enfermedad. Contiene vainilla, manzana,
almizcle y el toque exacto de jazmín para no provocarme alergia.
Y con esto doy
por terminado mi desfile de aromas. ¿Qué perfumes usan ustedes en tiempo
frio?¿Cuáles les parecen más adecuados para la
temporada invernal? ¿Por qué? Espero este blog les de una visión de lo que pueden probar o incluso regalar en estas fiestas dicembrinas.
No puedo terminar
el capítulo del te/once sin referirme a los salones de té. Aunque ya no se
llaman así, toda fuente de soda que se respete, y muchos hoteles, ofrecen servicio de once completo. También restaurantes
y cafeterías incluyen ese servicio que para la mayoría de los chilenos
reemplaza una cena. Pero lo que hoy los ha reemplazado,en Chile y aquí en USA, son “teterías”.
Triste, porque los grandes hoteles de Paris y muchos establecimientos posh
neoyorquinos siguen ofreciendo una especie de 5 O’ Clock Tea.
Recuerdos del
Mirabel y de Samoiedo
Para el siglo XX,
no solo se había implantado en las ciudades grandes chilenas la costumbre del té
a las cinco o seis de la tarde, sino que también habían aparecido los salones
de té donde las damas se reunían a charlar con sus amigas. Mi padre me contó de
sitios celebres de la vieja Viña del Mar como La Virreina y el Chalet Suisse.
Ya para Los Treinta apareció el legendario Mirabel que yo llegué a conocer. De hecho,
ahí celebré mi onceavo cumpleaños.
Hoy, los jóvenes
quieren ser eternamente jóvenes, casi niños. En mi época, las chicas como yo y mis
amigas, soñábamos con ser mujeres sofisticadas,
ponernos zapatos de taco alto, usar vestidos de fiestas, joyas de verdad y
pintarnos como puerta. No sé si la famosa Fiesta del Vestido Largo tuvo algo
que ver, el hecho es que para 1970, yo, Paty
y La Gina queríamos ser adultas y se tratadas como tal.
Antes de que
llegase mi cumpleaños, le expuse mi idea
a mi madre. En vez de gastarse una fortuna en comida y entretenimiento para una
parva de gente que no eran amigos míos y que incluso me hacían bullyng,
mejor me daba el dinero para que yo y mis mejores amigas, La Paty y La Gina, nos fuésemos a tomar té como “Señoras Pitukas”
en el Mirabel.
La única foto que conservo de la Paty. En mi terraza en mi séptimo cumpleaños
A ella le pareció
bien. El 21 de septiembre, con mi cartera llena de escudos y después de haber “tomado
prestadas”, sin conocimiento de la dueña, una bufanda y una boina de crochet verde de la
Ruth, la hermana mayor de la Paty, (me hacía
parecer como las niñas de la sección de modas de Ritmo) partimos al
Mirabel. El servicio estuvo exquisito. Recuerdo que todo era servido en
cuadraditos desde los sándwiches calientes (ave con palta y queso fundido)
hasta los pasteles (bizcochitos, masitas, pastas) que eran como Petite Fours
gigantes.
Aunque tratamos
de portarnos muy mundanas—hasta encendimos cigarrillos— a ratos se nos salía lo
mocosas que éramos. Como cuando ninguna se atrevía a servir el contenido de la
cafetera de metal (no era té sino chocolate caliente). El camarero muy fino,
nos sirvió el chocolate y en ningún momento fue condescendiente o burlesco con
nuestros esfuerzos por parecer “niñas grandes”.
Tan buena fue la
experiencia que comencé a pedir prestado el comedor de mi casa para recibir a
mis amigas a“la hora del té”.Del Mirabel me ha quedado hasta hoy el mejor
recuerdo, como el que el helado lo
sirviesen en tacitas de plata con cucharitas planas.
Lo quise mucho a
pesar de que mis padres no lo aprobaban. “Es para viejos” decía mi madre que
prefería el Samoiedo. Esta cafetería icónica de Viña haría excelentes
sándwiches de ave-palta y el mejor jugo de piña de la ciudad, pero nosotros le
teníamos recelo porque lo asociábamos con una experiencia bochornosa para mi
hermano.
Samoiedo mesas al fresco en Los 50
Recientemente, JC
me ha confesado lo que sospeché por mucho tiempo, que de niño estaba enamorado
de “La Mona”, mi profesora de ballet. En 1969, La Mona ofreció llevarme al cine
y en un gesto de amabilidad extendió la invitación a mi hermano de siete años.
JC estaba encantado, más cuando mi madre le dio unos billetes y le susurró “después
de la película, lleva a las niñas a tomar té al Samoiedo. Tú invitas”.
Fuimos al Rialto
a ver La Pareja Dispareja con Jack Lemmon y Walther Matthau, pero
ocurrió un percance. Solo quedaban dos butacas. Obvio las damas primero, pero a
La Mona se le ocurrió que JC, que en ese
entonces no era muy alto, se sentara en
su falda. Tuvo que aceptar, pero se moría de vergüenza y creo que ni se fijó en
la película. Hubo invitación a tomar te, algo que agradeció La Mona
efusivamente, pero la incomodidad de mi hermano se me contagió y desde entonces
le tomé fastidio al Samoiedo. Curiosamente no al Rialto donde seguimos viendo
algunos de los mejores filmes de ese entonces.
Cine Rialto con sus famosas arcadas
Auge y
Decadencia del Riquet
Otro de los
salones de te favoritos de mi infancia era el célebre Café Riquet en Valparaíso.
Lo conocí una tarde de agosto de 1969 que fue una tarde de “primeras veces”.
Era la primera vez que yo (semanas antes de cumplir los 10 años) me ponía
pantimedias, y mi madre nos llevó al GAP
a comprarme mi primer par de blue jeans. Esa noche, me regaló un librero, amigo
de mi padre El Diario de Ana Frank, lectura imprescindible en esta etapa
de preadolescente que me enteró que los judíos no eran un pueblo antiguo
desaparecido en el tiempo como asirios y fenicios.
Tras las compras,
mi madre nos llevó al Riquet en la plaza
Aníbal Pinto donde ya nos esperaba mi padre.Fundado en 1931 por el inmigrante alemán Guillermo Spratz, el edificio
databa de 1860. A partir de Los 50, se convirtió en uno de los sitios más
concurridos del puerto. Ahí se reunían la bohemia de Valparaíso, junto a las
familias tradicionales del Cerro Alegre para tomar el té y comer la pastelería
fina del lugar.
Interior del Riquet siglo XXI
Vista panorámica del interior del Riquet (cortesía de la Dra. Jeannette Kravetz Stoletzka)
Yo no entendía
mucho de lo que significaba que “un lugar tenga ambiente”” pero lo sentí dentro
del café. Por fuera no impresionaba, pero adentro se sentía cálido y elegante
con cuadros en las paredes y esos butacones forrados en cuero.Otra primera vez, esa tarde/noche probé la Torta
Selva Negra, la más sabrosa que he probado en mi vida. Mi madre se olvidó de la
diabetes y pidió (y me dio a probar) muestras de la pastelería artesanal que le
daban fama al Riquet como la torta de castañas y ese kuchen de quesillo que
hacen los alemanes.
Cuando mis padres
se separaron a fines del 70 y mi padre se fue a trabajar a Rancagua, viajaba a
Viña una vez al mes a vernos. En esos fines de semana, los sábados eran un día
en el Puerto. Almorzábamos en el Pekín, íbamos al cine, y acabábamos en el Riquet. Tiempo después mi
padre emigró a USA y nosotros lo seguimos en 1974. Pasaron veinte años en los
que el Riquet solo fue un recuerdo.
NOTA: La Dra. Kravetz tambien ha recordado el Café Vienes que operó en la Calle Esmeralda entre 1933 y 1978 y la Cafetería y Pastelería Ramis Cler que estaba entre Condell y Pudeto en el Puerto.
Decadencia y
Fin de los Salones de Te
Fue a comienzos
del Tercer Milenio, en que yo me convertí por primera vez en alguien
económicamente independiente que pregunté “¿Y el Riquet?”. “Ahí está” me
dijeron”. Así que en esas tardes de sábado que dedicábamos a explorar sitios
históricos del Puerto que fuimos mi padre y yo, y algunos amigos a tomar él te
al viejo Riquet. ¡Qué desilusión! Se había convertido en una fuente de soda de
barrio, las sillas eran de madera sin forro de cuero, la Selva Negra sabia a
comprada en el Jumbo. Le hice la cruz al local hasta que estando de visita en Chile
en el verano del 2004, mi hermano me invitó al Riquet “for old times sake”.
Fue una
experiencia surrealista. El sitio estaba vacío (y eran las 5pm) y las sillas
desordenadas como si hubiese habido una estampida de comensales. El camarero
andaba desorientado, ni nos trajo mermelada para nuestras tostadas, y no
parecía querer servirnos. Para colmo, se coló de la calle un dizque poeta que
insistía en vendernos su obra—un panfletito mecanografiado— y recitarla
más encima.
MI hermano, congenerosidad
de turista, le compró un panfleto. Mi padre lo ignoró olímpicamente. Esto
indignó al poeta que persistía en vomitar su obra sobre la cabeza paterna. Mi
Pa, el ser más porfiado del mundo (bueno
el segundo, su hijo lo, es más) insistía en mantener su rostro vuelto hacia la
calle. Salimos muertos de risa del local, pero también tristes por su
decadencia.
Hoy el Riquet ya
no existe, instalaron una farmacia Salcobrand donde una vez estuvo el
concurrido café. No existe el Mirabel y ya el 2011, Samoiedo cerraba sus históricas puertas.
Todavía se puede tomar once (el término “té” casi no se usa) en fuentes de soda
como el Vitamin Service en Valparaíso. Algunos hoteles como el Ankara de Viña
también la ofrecen.
Restaurant del Ankara
Hubo una época en
que se podía tomar te en el Hotel O’Higgins y recuerdo haber ido a un desfile
de modelos en el Casino de Viña, auspiciado por la boutique de mi madre en 1970
donde a los asistentes nos sirvieron té con pastelitos. El Enjoy del Casino
seguía ofreciéndolo hace quince años. Yo, el 2004 llevé a mi hermano a este último
para quitarle el mal sabor de boca que nos había dejado el Riquet. Recuerdo que
nos sirvieron pizza dulce , con bananas y canela, el tipo de pizza que ahora
hace Papa John’s.
Damas tomando té en el Casino en Los 40
Cuando llegué a
Chile en el ’96 había cuatro sitios respetables donde tomar once en Viña. Uno
era el Chez Gerald en la Avenida Perú que, desde Los Años Cincuenta, ofrecía un delicioso servicio de té. Checando
su página, parece que ya no lo hace.
Me llevaron el
primer invierno al Alster en la Calle Valparaíso. Me dijeron “es el nuevo
Mirabel” ¡Minga! Pretencioso y con mala pastelería, unos años más tarde ya
andaba de capa caída y con aspecto de tener ratones. El Alster se defiende hoy
con el título de restaurante.
Una amiga me
llevó en mi primer verano al Big Ben que creo ha sido en este siglo el sitio más
agradable para tomar una once a la antigua. Queda en el segundo piso de la Galería
Cristal entre la Calle Valparaíso y la Calle Arlegui. Es muy cómodo tiene unos
booth simpáticos redondos y forrados en cuero.
También es
restaurante, pero una vez me comí un crudo insípido ahí así que le hice la cruz
en lo que respecta a comida seria. Cuando vivíamos en Agua Santa (1996-1999) mi
padre solía bajar al Plano y pasaba al Big Ben a tomarse un café helado. Las
camareras ya lo conocían y siempre le traían un clavel para el ojal.
Terraza del Big Ben
La última vez que
estuve fue el 2008 y el servicio de té seguía siendo impecable. Té, café o
chocolate, tostadas, queso, jamón, mermelada y dos panqueques rellenos con
manjar o un pedazo de torta. Es lo más parecido a una once hogareña.
El otro sitio que
en este siglo es favorecido por los viñamarinos para una once fuera de casa es
el Anayak en la Calle Quinta. He estado ahí para tomar desayuno, once y hasta
he almorzado. El nivel de comida y servicio es entre bueno y regular. La once y
el desayuno pueden ser lo mismo. Uno se la arma con alguna pasta de la casa
(tiene su propia pastelería) un sándwich elaborado y brebaje caliente, o jugo.
Muy lejos de un servicio de té de mi época con teteras de metal imitando plata y
con pequeños sándwiches y pastelillos hechos especialmente para ese horario.
Pastelería del Anayak
Emparedados
Chilenos
Hablando de
sándwiches, es momento de conversar sobre los emparedado típicos chilenos que más
se consumen fuera de casa que en una once hogareña. Los principales son por
supuesto el Barros Luco y el Barros Jarpa. Nombrados por un presidente y un ministro de comienzos del siglo XX son una variación del grilled cheese sándwich. El Barros Luco
es una combinación de queso fundido y churrasco. Barros Jarpa contiene una
lonja de jamón de York.
En 1970, mi padre fue nombrado Director Interino de la
Empresa Portuaria de Chile. Se esperaba que este cargo se volviese permanente
una vez que la Democracia Cristiana ganase las elecciones presidenciales de
septiembre de 1970. Como saben, el resultado de las elecciones no fue el
previsto y mi padre debió dimitir de su puesto en noviembre de ese año. Lo
importante para este artículo es que por casi un año el gozó del privilegio de
un auto con membrete oficial y de un chofer (Julio) con el que nos llevaba a la
escuela y de paseo los fines de semana.
Fue en esos
paseos sabatinos que conocimos diferentes sitios de la región donde tomar once
y diferentes comidas. Mi primer Barros Luco—y el mejor que he
probado en mi vida— lo comí en las Termas del Corazón en Los Andes.
No recuerdo el nombre de la hostería, solo que tenía un cartel gigante que
decía “Atendido por sus propios dueños”. Realmente solo había un camarero, un
señor que corría, sudando la gota gorda,
entre las mesas tomando y llevando
pedidos. Nos dijo que era el dueño y que todo lo que comíamos lo hacia su
señora en la cocina. El lugar estaba repleto y se entiende porque la comida era
exquisita. El Barros Luco fue una mega sorpresa muy placentera, el queso estaba
perfectamente fundido y el churrasco muy bien frito, además el pan, amasado también por la dueña, era el acompañamiento perfecto.
Como si fuera
poco, el sándwich venia acompañado de un kuchen de frutilla delicioso con
fresas frescas y una masa como afiligranada que, hoy sé, se llama “frangipani”. Nunca más volvimos a ese
sitio, pero medio siglo después todavía recuerdo los sabores.
Mi segunda
experiencia con un Barros Luco no fue tan simpática. A la semana siguiente, el
auto oficial nos llevó a Zapallar donde tomamos once en un café frente al mar.
Tenían un gato al que le hice cariño. Yo pedí un Barros Luco, pero, aunque
estaba en el menú, me dijeron que se les había acabado la carne. Llevábamos ya
la mitad de la once consumida cuando el camarero llegó de la cocina con un
sándwich. “Su Barros Luco” anunció poniéndolo enfrente mío.
Aparte de la
sorpresa de la súbita aparición del emparedado, encontré que no se parecía al
de los Termas del Corazón. El queso no estaba fundido y la carne era blancuzca
y como deshilachada. Julio, que era
cazador, la observó y comentó “parece conejo”. Mi padre siempre tan dado a las
pachotadas soltó un “¿qué conejo? Eso es gato, ”miró a su alrededor. “¿No ven que desapareció el minino?” Es un milagro
que yo no haya vomitado ahí mismo.
Mí encuentro con
el Barros Jarpa fue igualmente estrambótico. A fines de invierno, a mi padre se
le ocurrió que pasáramos el día en Santiago . Fuimos al Cerro San Cristóbal, al
zoológico, parada obligatoria de nosotros cada vez que viajábamos a la capital.
Estando allá decidimos tomar té en lo que me imagino en ese entonces era el
único establecimiento en servir once en ese famoso cerro.
No era nuestra
primera vez en esa cafetería. Conservo una foto del verano de 1966. En un costado,
la tía Malena, amiga de mi madre. Su hijo Kike sostiene a mi hermano, yo
(pelona) abrazó a mi madre y la rubia del otro costado es mi Nana Yolita.
La once de agosto
del 70 no fue tan apacible como la de la foto. No sé si comimos o bebimos algo
en el zoológico que nos inspiró una súbita e incontrolable risa. Lo extraño es
que el ataque de hilaridad—que nos acompañó durante toda la once— fuese
compartido por ambos de manera tan inexplicable como sorpresiva. Mi hermano dice
que a él lo hizo reír ver a un niño vomitando entre los arbustos. A mí me
empezó el ataque cuando noté que mi taza de café con leche olía a perro mojado.
Ninguno de esos factores era muy cómico. Mi padre se dio cuenta que no lo
hacíamos a propósito y trataba de calmarnos con un ‘Niños, no sean tan simples” lo que nos provocaba más
risa aún.
La hora del té
tuvo que ser interrumpida tal como mi primera ingestión del Barros Jarpa que no
me impresionó mucho. Al ver que nuestra risa no amainaba, mi padre nos llevó de
regreso a Viña. Mi hermano se negó a abandonar su bocadillo y se lo llevó con él.
Ya en el trayecto se nos pasó la risa y nos embargó la vergüenza por lo que
llegados a casa nos escabullimos casi sin despedirnos.
En la prisa a mi
hermano se le quedó el Barros Jarpa en el auto. “No pude despegarlo del asiento”
fue su excusa. Ahí que el que sufrió más fue el pobre Julio que tuvo que despegar
el sándwich del auto y calarse nuestras carcajadas. Hoy recuerdo ese momento
con vergüenza, porque más tarde mi padre nos contó que le pidió disculpas a su
chofer en nuestro nombre porque Julio creyó que nos reíamos de él.
Asi era el Barros Jarpa que dejams en el auto.
Ese fue todo mi
recuerdo del sándwich y cuando volví a Chile no me apuré en ordenarlo en las
fuentes de soda. Creo que solo lo comí una vez, en el Anayak, y no me impresionó más que otros
sándwiches de miga, género al que
pertenece el Barros Jarpa.
Los sándwiches de
miga son los que acostumbran a acompañar las onces de establecimiento
comerciales. Se llaman así porque son hechos en pan de molde al que le han
cortado las cortezas dejándole solo la miga. Aunque hay diversos rellenos, los más
famosos son ave-palta y ave-pimentón. Ese relleno consiste en moler la pechuga
de pollo hasta hacerla pasta con ayuda de mayonesa y agregándole algún vegetal
como el pure de palta o pimiento rojo molido. Y con esto cerramos el capítulo
del tipo de emparedado que se puede pedir en una cafetería o salón de té para
acompañar una taza de té de la tarde en Chile.
Revisando los menús
de restaurantes de Viña y el Puerto no veo servicios de once. ¿Ya no los
ofrecen? ¿Uno se las tiene que armar? ¿Han
sido reemplazadas por los muchos sitios que hoy tienen Happy Hour y servicios
de tapas?
Lo que veo en Viña y Santiagoson muchas “teterias”(hasta el nombre suena feo) que también existen aquí. Son
un tipo de establecimiento donde se pueden probar tés de diversos colores y
quizás algún pastelillo, pero no son como los verdaderos salones de té de mi
tiempo o las confiterías de Buenos Aires con su oferta de “té con masitas”.
Una ironía que
países que no tengan hora del té o merienda si tengan ese servicio como en los
hoteles finos de Paris que imitan los legendarios Five O’Clock Teas
londinenses.
En mi época también
hubo salones de té en Nueva York. Ya no existe el Helmsey Palace donde una vez
divisé a sir Anthony Hopkins; o la
tienda Barneys donde, camino a tomar té,
alcance a ver a Jeremy Irons que por un
tiempo fue la cara del local, o Lord&Taylor donde uno se armaba un té con
una bandeja de canapés de salmón, berros y huevo molido, un excelente pastel de
zanahoria y un servicio de té a la antigua con teteras de metal. Una vez, una camarera
nueva me dejó caer la tetera hirviendo en el regazo. Por suerte era diciembre y
yo llevaba vestido y medias de lana que protegieron mis partes más delicadas.
Menú de té de Lord &Taylor de 1917
Donde todavía
sirven un cream teaes en el Museo Metropolitano. Recuerdo que la última
vez que estuve fue en 1995 con la gatita Ellen y que los scones eran exquisitos
al igual que la clotted cream que da el nombre a esta especialidad de
Devonshire . Me cuentan que en el Russian Tea Room provee de un refinado
servicio de té. No lo voy a comprobar. Desde que, en 1989, El Trompo me hizo expulsar
del lugar, que no pongo pie ahí.
Servicio de té de Russian Tea Room
Servicio de té en el Metropolitan Museum of Art
¿Han estado
alguna vez en un salón de té a la antigua? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Los hay en su ciudad?
NOTA: me acabo de enterar que en España se estan poniendo de moda los Tea Room, pero que las "teterías"son exclusivamente para servir té como en Marruecos. En cambio en Chile, las teterias son mas de degustar infusiones del Lejano Oriente.
Después de muchos intentos de convertir el texto del mensaje de Whatsup de la Dra. Kravetz de JPG a DOCX, me di por vencida. Solo lo tengo en fotos, asi que voy a hacer algo poco convencional y lo postearé como parte del texto de mi nota. Así no se perderán esos recuerdos de la Era de los Tea Room porteños.
Todos los países
hispanoparlantes han tenido alguna versión de un tentempié a media tarde. Esta
precuela de la cena, en el Finisterre del Cono Sur (léase Chile y Argentina) se
apropió del té inglés, pero en mi patria adquirió otro nombre: once. En mi tiempo se conocía como once-comida
y reemplazaba la cena para nosotros los en edad escolar. ¿Como eran esas onces?
¿Como eran las meriendas de ustedes? Eso
es lo que vamos a averiguar
Cada día me quedo
con menos cosas que comer. mis días de gourmand están contados. Me nace
nostalgia por sabores del ayer, por comidas a su hora, por rituales que se
quedaron en mi Chile que quiere cambiar y olvidar lo mejor de su pasado. Ningún
momento del día es más añorado que esa icónica colación chilena conocida como
“la once” o “la hora del té”.
La Duquesa de
Bedford Inventa el Té
El té u once se
toma entre cinco y siete de la tarde. Sea en casa o en cafeterías, incluye los
mismos ingredientes: sándwiches, repostería dulce y un brebaje líquido que
puede ser té u otro bebida. Se cree que él té u once, nació en mi país bajo influencia de la comunidad
inglesa. Sin embargo, en la Argentina, aunque hubo salones de té, el refrigerio
de la tarde se conoce como “hora de la leche”.
El té lo trajo al
mundo angloparlante, Catalina de Braganza en el Siglo XVII, pero se lo consumía
solo con propósitos medicinales. Casi dos siglos después, la Duquesa de Bedford impuso la moda entre sus
aristocráticas amistades de tomar una taza de té a media tarde acompañada de
algunos comestibles. La noble dama se sentía fatigada en ese largo intervalo
entre almuerzo y cena e inventó el té de las cinco. De ahí se convirtió en una costumbre que llegó
hasta la realeza.
A fines del Siglo
XVIII, el Reino Unido tenía ya un imperio. Donde fueran sus súbditos colonizadores
llevaban su pasión por el té de la tarde. A veces con nefastas consecuencias
como ocurriera con el famoso Tea Party de Boston que inició el movimiento independista
de las 13 Colonias. Quizá por eso la hora del té nunca fue costumbre hogareña en
los Estados Unidos.
Sin embargo, para
las devotas de Santa Louisa May Alcott, el té es parte del universo de las
Hermanas March. ¿Recuerdan que la primera vez que Jo visita la Mansión
Laurence, el abuelo de Laurie la invita a tomar té? Inolvidable en
Hombrecitos es cuando Daisy invita a los chicos a tomar un té con ella que
ha preparado especialmente para ellos. Los muchachos se portan mal, acaban
peleándose entre ellos y usando los pastelillos de Daisy como proyectiles.
Amy March (Dame Liz Taylor) y su hora del té
Amy preparando el té para los Hombrecitos
A America Latina
los ingleses llegaron por muchas razones; hubo mercenarios que ayudaron a las
causas de la independencia,comerciantes
, ingenieros, explotadores de nuestros recursos naturales, turistas y
aventureros. Ellos nos trajeron él té a los chilenos.No sabemos cuándo reemplazó a la merienda de
nuestro país .Se sabe que, en Chile, durante La Colonia y la primera mitad del
siglo XIX, se tomaba un mate a media tarde tal como en los países del Rio de la
Plata, al que se le agregaba leche y acompañaban con algún bocadillo.
No sabría decir cuándo
o como la costumbre del té de las cinco se impuso, primero en la clase alta y
luego bajando hasta los estratos más humildes donde hasta hoy se le conoce como
“la once”.Se ha tratado de encontrar
una conexión con ese nombre y los elevenths de la clase trabajadora y
jornalera británica, pero ese refrigerio siempre tiene lugar a media mañana, y
no, como la once, en horario vespertino.
Mas lo conecto
con el High Tea que todavía se toma en algunos puntos del Reino Unido y
en algunos países de la Commonwealth. Consiste en acompañar él té , el pan y
los dulces con algún plato fuerte, un guisado , una ensalada con embutido. Los
lectores de El pájaro espino (The Thorn Birds) recordarán que Los
Cleary en la Nueva Zelandia de comienzos del Siglo XX, comían estofado junto a
su té y pan con mermelada.
Recobrando la
Hora del Té
En Chile existe
la once-comida que, sin estofado, abarca tal cantidad de cosas deliciosas que
si se la toma entre cinco y siete deja sin apetito para cenar. Sobre todo a los
niños que, en jornada escolar, se acuestan temprano. Al menos nosotros
teníamos esa obligación, tomar té, bañarnos y a las 8pm en camita con luz
apagada.
Lo extraordinario
es que, aunque cada año que pasaba se nos dejaba quedarnos una hora más
despiertos, nunca cenamos. Ni siquiera en 1971 cuando se acabaron las
limitaciones y vimos tele hasta medianoche. Yo vine a cenar en Estados Unidos.
Volvíamos a casa de la escuela, una hora después que mi padre , como a las seis
de la tarde, así que mi madre se preocupaba de prepararnos algo de cenar a
todos, aunque muchas veces no fuesen más que sándwiches o pasta y ensalada. Con
el tiempo se aburrió y empezó a confiar en comidas preparadas, sobre todo en las bandejas de TV Dinner.
Fue de regreso a Chile
en 1996 que abrazamos entusiastamente la idea del té y la cena pasó a perdida. Se
entiende cuando notamos que la idea de la once-comida no nace de platillos
comunes al almuerzo sino de lo copioso de los bocadillos y la deliciosa combinación
de lo dulce con lo salado.
A partir de1998, debido a que los domingos era el día libre del
servicio, se me encargó la once de mi padre. Al comenzar a experimentar con la
refacción paternadescubrí la amplia
variedad de opciones que hay para convertir a la once en la mejor comida del
día.
Una once contiene
como ingrediente principal un líquido caliente que no necesariamente debe ser té.
Este brebaje puede ser reemplazado por café como en la Jause vienesa, o
cocoa, o alguno de esos alimentos en polvo que gustan a los niños. Nuestras onces
veraniegas incluían té. A partir de mis nueve años—no sé si por influencia
de lectura o televisión—exigí que fuese acompañado de una rodaja de limón
que le cambiaba el sabor a la bebida. Mi madre, siempre experimentando, nos impuso en el invierno del ‘71 unos tés
hervidos con canela y piel de naranja, que dizque prevenían catarros, pero no
nos gustaron.
Lo que bebíamos
en invierno era café con leche. Los
americanos se escandalizan ante la idea de niños bebiendo café, como si la Coca
Cola o la Pepsi no tuviesen cafeína a raudales. El modo en que se nos servía, y muchos niños y adultos siguen bebiéndolo
así, es poner una cucharadita de café en la taza y llenarla con leche
hirviendo, lo que en inglés se conoce como White Coffee. Tiene menos
cafeína que un refresco de cola.
El Pan
Chileno: El Mejor del Mundo
El segundo
elemento del té u once, después del brebaje, es el pan. En Inglaterra son
famosos los sándwiches de pepino y salmón para acompañar el Five O’çlock Tea. En Chile el pan es más importante que su
acompañamiento. Se lo he oído decir a extranjeros, el pan chileno es el mejor del mundo. En mi
infancia había muchas variedades de pan, tantas como panaderías en Viña.
Entonces cada panadería se reconocía por sus panes y su bollería.
Recuerdo las
dobladitas argentinas, llamadas así por
sus muchas capas; las flautas que eran
como baguettes pequeñas y servían para los Hot Dogs; las exquisitas rositas que vendían en mi panadería
de barrio en la Calle Quillota y los diversos panes amasados, un tipo de pan
artesanal que difería de panadería en panadería gracias a recetas secretas. Hasta
mi madre tenía una que emergió en nuestros años en USA cuando se hizo cargo de
la cocina, que, en sus primera década de
casada, siempre había dejado en manos
del servicio.
Dobladitas
Rositas
También existía
el pan de molde que se vendía en hogazas. Estas se cortaban en trozos en la
cocina con un cuchillo serrado. Solo se compraban para hacer canapés cuando mis
padres ofrecían un “coctel”(Cocktail Party) para celebrar el cumpleaños
de alguno de los dos u otra ocasión especial.
Existía otro pan
de molde que venía ya rebanado envuelto en plástico con el sello “Ideal”. Este pan
era tan repugnante que lo pongo en la categoría del Milo, alimentos que
aterrorizaron mi infancia. Tan blandengue que aun tostado no se le podía poner
mantequilla, solo era aguantable con grandes cantidades de mermelada o dulce de
leche. Yo odiaba abrir mi cestita de colación en el recreo y encontrar envuelto
en Toalla Nova un sándwich hecho con pan Ideal. Su sabor dulzón opacaba el
relleno y creaba un filme almibarado en la boca. El pan Ideal sigue vendiéndose
en los mercados chilenos y sigo encontrándole ese sabor repelente. Lo triste es
que ha reaparecido en el pan estadounidense Wonder .
Por suerte el pan
que se comía en casa correspondía a las variedades más exquisitas de pan
chileno: colizas, hallullas y marraqueta(pan batido o chocoso). La primera es parecida en términos de masa a la
segunda. La coliza es grande y cuadrada, lo que la hace idónea para sándwiches.
La hallulla viene
en tres tamaños: grande, mediana y pequeña. Esta última sirve para hacer
bocadillos de coctel. Las tres son igualmente sabrosas. El esposo de una
colega, un pastor tejano, pasaba la mitad del año evangelizando chilenos y la
otra de vacaciones en Estados Unidos. Siempre se llevaba a Texas un bolsón de hallullas
congeladas. No se podía pasar sin ellas.
Por último, está
la humilde marraqueta. A primera vista se parece un poco al pan francés, pero
una vez lo muerdes te das cuenta de que la corteza es más crujiente y más
ligera. La diferencia es que no está hecho con grasa, por lo que mi hermano
podía comerlo en sus visitas a nuestro país. Engorda menos y es menos indigesto,
si uno le retira un poco de miga queda convertido en un “botecito” que puede rellenarse
con lo que uno desee. Incluso hay gente que lo usa para Hot Dogs y es el único
pan idóneo para el famoso “Choripán”: un sándwich de chorizo o longaniza frita.
Sandwiches y
Completos
A la hora de nuestras
onces infantiles, el pan alternaba con
lo dulce y salado que corresponde al 5 o’Clock tea. No teníamos esos canapés
sin corteza hechos en “pan de molde”. Como dije se reservaban para fiestas de
adultos. Lo que llamábamos sándwiches eran emparedados de embutidos. Las Cecinas
Stark eran muy queridas en casa ya que correspondían, en higiene y excelencia de sabor, a lo mejor de la salchichería germano-chilena.
De los Stark también se traía el paté de foie gras que hasta hoy es esparcido
en tostadas y galletas de agua en onces chilenas.
Los emparedados
se dividían entre destapados y tapados. Los primeros venían cubiertos con
huevos revueltos (sin paila) o huevo duro molido con sal y aceite. Mucho más
sano y liviano que su equivalente gringo, la Egg Salad que rezume mayonesa. Otro relleno
indispensable hasta el día de hoy es la palta (aguacate) hecha puré acompañada
de sal, aceite y limón. Sanísima, buena
para el colesterol, de sabor riquísimo. En gran cantidad puede afectar el
hígado tal como el huevo, pero nuestras onces eran tan diversas que nunca
llegamos a enfermarnos, aunque mi hígado (debido a una hepatitis contraída a
los cinco añitos) nunca ha sido muy fuerte.
Pan de molde con palta
Palta en marraqueta tostada
Los sándwiches tapados
se rellenaban con fiambres o con queso. Chile no es un país quesero. Tuve que
venir a Nueva York para conocer el universo de sabores de queso. En mi infancia
solo teníamos dos tipos de queso: Gouda y Mantecoso (el Parmesano era para las
pastas) que mercadeaba la marca Dos Álamos. Ambos muy buenos sobre todo en mi
sándwich favorito, el queso derretido o queso caliente (grilled cheese).
Queso caliente en hallulla
Los sábados se hacía
un asado de carne de vacuno o se rostizaba un pollo. El domingo era el día
libre del servicio por lo que mi mamá se encargaba del té y hacía en coliza
unos sándwiches espectaculares con los restos del asado, lechuga, tomate y mayonesa casera. Este último
producto reaparecía en las onces de los 70s cuando, en vez de pan tostado, nos zampábamos una buena “completada”.
A mi llegada a Viña
del Mar, en 1961, los mejores perros
calientes de la Ciudad Jardín los hacían en El León, o simplemente “León”, que
desde Los 50 estaba en la Calle Valparaíso, y que luego se convertiría en El África.
Nosotros íbamos una vez al año a comer completos y eran muy ricos, pero a
partir de 1970, coincidiendo con el que mi madre comenzase a recibir gente en
casa, se le ocurrió que una vez al mes a la hora del té hiciesen Hot Dogs (así
los llamaba ella considerando ordinario el término “completo” usado en Chile
hasta hoy).
Los Hot Dogs
Venant eran diferentes a los de León en varios aspectos. El pan era Ideal,
venia en bolsa plástica y hasta hoy día lo que aquí conocemos como Hot-Dogs
Rolls se deshacen solos. Lo importante era el relleno. A mi madre no le gustaba
el chucrut (sauerkraut) y lo reemplazaba con repollo cocido en vinagre.
Seguía el relleno con tomate y cebolla cortados en cuadritos. Sobre ese colchón
venia la salchicha (vieesa) Stark que mi madre hacia cocer y luego freír para asegurarse
que no había peligro de triquinosis.
Encima de todo
esto venia una gruesa capa de mayonesa hecha en casa (mi madre no aprobaba las
en frasco) y un último chorrito de salsa
de ají (Tabasco Sauce) . Tampoco le poníamos mostaza, y el kétchup era desconocido incluso en las
fuentes de soda. No recuerdo haber comido en mi infancia completos como lo
sirven hoy con capas de pure de palta. Aunque al final de esa comida se servía
té caliente para bajar la completada, el acompañamiento inicial eran cervezas
Escudo (variedad pilsener) bien heladas
que nosotros compartíamos con los adultos.
La Repostería
de la Nana Yolita
He hablado de los
elementos salados de la hora del té, pero toca hablar de lo dulce y no sé por dónde
comenzar. Quizás por mi Nana Yolanda (una nana de verdad, tan de verdad que mi
made la presentaba como nuestra “institutriz”). La Nana Yolita era un personaje
importantísimo en la casa. El resto del servicio la llamaba “Señorita Yolanda”,
todo lo que hacía era encargarse de los niño, o sea nosotros. Por eso cuando
comíamos con nuestros padres (el desayuno sabatino, o las cenas de Navidad y
Año Nuevo) ella compartía la mesa principal con la familia.
La rubia del delantal es la Nana Yolita (Verano del '65) ¡Que flaquitas las patitas de Malena (5 añitos)!
Lo único que ella
hacia para la casa era cocinar alguna especialidad. Como buena alemana de Puerto
Varas, su fuerte era la repostería y se
encargaba de los dulces caseros. A mucha gente le sorprende saber que, aunque nací
dulcera, no había mucho dulce en casa . Los pasteles (cakes, bizcochos, pastas,
masitas) se compraban solo en ocasiones especiales. Las tortas (cakes, tarta,
pastel)se mandaban hacer para los cumpleaños,
en Cevasco, la pastelería favorita de mi
madre.
Mi Ma me ayuda a cortar la monumental torta que preparó Cevasco para mi septimo cumpleaños (1966). Mi hermano se prepara a embestirla.
Los postres no
solían ser muy elaborados y se confeccionaban con fruta fresca, en conserva o
en compota. Mi adicción al azúcar nacería en USA. Sin embargo, la hora de la
once debía incluir e incluía dulce. La especialidad de la Nana Yolita era el
Kuchen (pie, tarta de frutas) que hacía con diversas mermeladas. Era tan
artesanal que hasta confeccionaba la mermelada. Mi primera experiencia culinaria
fue cuando la Nana me permitió, a mis cuatro años, ponerle la cubierta a un
Kuchen de damascos(chabacanos, albaricoques).
La Nana hacia un
kuchen semanal, de diferentes sabores y una bandeja de algo no muy alemán,
scones que eran los favoritos de mi padre. Para acompañarlos, la Nana confeccionaba
una mermelada de naranja que a nosotros no nos gustaba por su sabor amargo. La Nana
también hacia empolvados y brazo de reina, hasta hoy uno de mis dulces
preferidos.
Aunque, cuando se
vino del Sur, se había traído sus
recetas anotadas en un cuaderno, la Nana no era reacia a probar recetas de
revistas. Para el cuarto cumpleaños de mi hermano le hizo una torta que vio en
la portada de Saber Comer y como era germanoparlante, le gustaba probar
recetas de la Burda, la famosa revista alemana de modas.
Dulces
Artesanales
La Nana
desapareció en 1966. Hasta la llegada de la Gladys en 1970, no tuvimos una nana
con “buena mano” para lo dulce. La mayoría se lo sacaba de encima en la semana
comprando galletas en el San Martin, el almacén donde hacíamos todas nuestras
compras, o trayendo, con el pan
calientito de la tarde, algún dulce
chileno como alfajores o los famosos chilenitos cubiertos de fondant blanco.
Brazo de reina y chilenito de mi último cumpleaños
A nosotros nos
gustaban más los berlines que hoy se llaman “conejitos” y vienen rellenos de
crema inglesa. En nuestro día era mermelada lo que contenían dentro estos
pastelillos vieneses que son muy parecidos a las jelly donuts de aquí.
En mi infancia los mejores berlines se conseguían en la panadería Lagomarsino
al frente del Hotel O’Higgins.
Pero si las nanas
no tenían ganas de caminar hasta la Avenida Libertad, nos contentábamos con lo
que hubiera en la panadería que quedaba en la Calle Quillota en la cuadra inmediata
al Puente Quillota. Ahí hacían un pan de huevo decente y unas roscas gigantes
que olían a anís y venían cubiertas de un fondant medio derretido. Eran lo más
barato que recuerdo de la época. Solo costaban 500 pesos cada una y su tamaño
gigante nos permitía partirlas por la mitad y cada uno comerse un buen trozo.
También vendían mantecados,
unas galletas duras hechas con manteca, grasientas, pero sabrosas. Los mejores
mantecados nos los traían las nanas para la once del viernes ya que los
compraban cerca de un salón de baile donde iban en su salida de los jueves por
la tarde. Nunca supe que tienda era esa. Me sospecho que probablemente los
traía en su canasto algún vendedor ambulante, lo que hubiese chocado mucho a mi
madre obsesionada con la higiene. Los mantecados eran un regalo secreto de las
nanas. Ya en los 70 cuando mi madre solía viajar mensualmente a visitar a mi padre
en Rancagua y nos dejaba cargo de la Gladys, mi hermano y yo le dábamos permiso
que fuese a bailar de noche con el encargo de traernos mantecados.
Queque,
Panqueques y Sopaipillas
Volviendo a las nanas
pre-1970, mi madre pronto entendió que no eran buenas con la pastelería. Algo
que ella había exigido en su aviso en El Mercurio.Aunque ni ella ni mi padre tomaban once en
casa , les puso un ultimátum al servicio doméstico o preparaban algo dulce para
el té de los fines de semana cuando ella si se quedaba en casa o se iban.
La solución la
ofrecí yo. Desde 1968 que me había vuelto ducha en hacer dulces simples como
galletas de mantequilla y el infaltable queque (lo que los mexicanos llaman “panque”
un bizcochuelo sin relleno ni betún). Así que, en ausencia de mis padres, llegada de la escuela el viernes, preparaba a la carrera un queque simple a cuya
masa le agregaba nueces y pasas. Para variar les ponía un sabor diferentecada semana, agregándole jugo de naranja,chocolate en polvo o algún licorcito del bar
de Mi Pa. Terminaba espolvoreando el queque con azúcar flor . Se servía cortado
y le poníamos manjar o mermelada. Esto me dio una idea.
En una ocasión partí
el queque por la mitad, lo rellené con
dulce de leche y lo cubrí con fondant. En otra ocasión lo rellene con dulce de
,moras y decore el exterior con merengue y guindas marrasquino que estaban
reservadas para los cocteles. Las nanas fueron felicitadas y su trabajo estuve asegurado
sin que mi madre sospechase.
Queque de maizena que muchas veces preparé en mi infancia
Para evitar
sospechas a veces las nanas (o yo misma) le decíamos a mi madre que yo quería
preparar mi especialidad. Se trataba de bolitas de chocolate que hasta hoy mi hermano
dice que es lo más sabroso que le he servido en su vida. Como es un dulce que
yo preparaba mecánicamente, sin medidas
ni reglas, solo les puedo dar la receta
informal.
Necesitan un par
de tazones de miga de algún pastelillo. En casa se guardaban las migas de
bizcochos y galletas precisamente en espera de este dulce. Se mezclan las migas
con una lata de leche condensada. Con las manos limpias se forman bolitas del tamaño
de una ciruela pequeña, se pasan por
nuez molida y chocolate en polvo. Si quieren las ponen en el refrigerador.
Sirven para acompañar helados, fresas o solitas.
Aunque nuestras
nanas no eran buenas reposteras, había algo que todas sabían hacer bien:
panqueques. Una aclaración, en Chile llamamos panqueques a los crepes. La
gracia del crepe va en su relleno: mermeladas, dulce de leche, miel de palma—otra
delicia chilena— hasta dulce de alcayota. No sabría decirles cual
esla combinación perfecta para un crepe caliente. Pero comer
esa tortilla sin azúcar con el contenido dulce es una experiencia celestial. Uno
no se cansa de comer panqueque tras panqueque, por lo que una “panquecada” era
una once completa.
Algunas nanas también
sabían hacerelementos esenciales de la repostería
chilena: los famosos picarones, calzones rotos y las infaltables sopaipillas.
Cuando uno los mira parecen lo mismo, masa frita azucarada. No es así. Tampoco
se deben confundir la sopaipilla mexicana con la variedad chilensis. El
calzón roto se asemeja más a la sopaipilla mexicana. Solo que el dulce chileno
lleva licor y ralladura de algún fruto cítrico. En cambio, la sopaipilla mexicana
lleva canela y miel.
La sopaipilla
chilena, tal como el picarón, contienen
entre sus ingredientes puré de zapallo (calabaza) lo que le da un color anaranjado
muy atractivo. El picarón lleva azúcar en su masa y se sirve espolvoreado de
azúcar fina. La sopaipilla puede sentirse dulce debido al zapallo, pero lleva
sal, por eso se la puede servir al almuerzo u hora del coctel acompañada del pebre,
la típica salsa picante chilena.
La confección de
estas tres masas requería de una tarde de amasado y uslereado. Hasta nosotros
colaborábamos aplanando masa con botellas vacías de refresco y cortándola de diversas
formas. El picaron tiene forma de buñuelo con círculo al centro, los calzones
rotos suelen ser cuadrados y las sopaipillas son redondas (ahí también difiere
de la variedad mexicana). Luego, desde prudente
distancia, veíamos a las nanas freírlos en grandes calderos de bullente aceite.
Este era otro alimento contundente que no necesitaba para ser once-comida más acompañamiento
que té caliente.
Picarones
La sopaipilla va
asociada a uno de los recuerdos (y aromas) más placentero de mi infancia.
Cuando se hacían sopaipillas se las hacía en tal cantidad que se las guardaba
en bolsas de papel en la caja del pan. Si el ambiente era el indicado podían
durar más de un mes. No importaba si se endurecían porque se las guardaba para “pasarlas”.
En días de lluvia, se sacaba de la despensa unos bloques oscuros que solo vivían
para un propósito: las sopaipillas pasadas.
Los bloques eran
chancaca (melaza, piloncillo, panela). Se ponían a hervir con agua en una olla
gigante y se le agregaban clavos de olor, piel de naranja y palitos de canela.
Ahí, cuando el agua ya burbujeaba, se sumergían las sopaipillas hasta que volvían
blandas y se impregnaban de ese almíbar. No se pueden imaginar el olor y el
sabor. Para mi eran símbolos de calidez, de comodidad, de la serenidad a la que
he aspirado toda mi vida.
Creo que se debe
a que cuando llovía no íbamos a la escuela. Nos pasábamos el día en la cocina
con las nanas que eran los adultos en los que más confiábamos. Se encendía la
chimenea en el living y eso calentaba toda la casa. Como nuestros padres
regresaban tarde, nos servíamos las sopaipillas en el comedor y tomábamos once
junto con el servicio y las mascotas.
A veces,en días de mucha lluvia, se cortaba la luz.
Prendíamos los candelabros de mi abuela y escuchábamos a las nanas que venían de
zonas rurales contarnos historias de aparecidos. Una noche tormentosa, estábamos
en semi penumbra comiendo nuestras sopaipillas y tan estremecidos con el relato
fantasmagórico que no notamos que mi padre había llegado y entrado con su
propia llave. Solo vimos que se movía la cortina de felpa morada que separaba
comedor de living y que asomaba una sombra oscura. No sé quién gritó más, si
las nanas o nosotros.
Meriendas de
Hoy
Hoy la once sigue
reinando como la última comida fuerte del día en Chile ¿ pero ¿cómo es ese
momento en el resto del mundo hispanoparlante?¿Sigue en la Argentina, la costumbre de “tomar la leche”, un constante en los recuerdos de escolares del
siglo XX?
¿Y qué paso con
la merienda mexicana que coincidía con lo de “Ir a buscar el pan” a la
panadería y que hasta los 80 abarcaba productos comerciales memorables como los
panques BImbo y el chocolate La Abuelita que promocionaba Doña Sara García?
Es como la
descripción de “la merienda” del mundo de Marisol niña. En los filmes, donde casi siempre hacía de chica pobre, la merienda era chocolate con churros, más
abundante y con bollería era la colación que esperaba a la Marisol de los
libros cuando volvía de la escuela. Era una época en que el horario escolar
cubría la jornada completa. Me recuerda las descripciones de mi padre de sus
días de colegial en que las clases acababan cuando ya estaba oscuro y volvía su
casa a …tomar el té.
En mi próxima
entrada, si D-s quiere, hablaré de los salones de té de mi ayer, y de las “teterías” de hoy. Ahora me quedo
esperando los aportes de ustedes al sabroso tema de la merienda.