Esta primera
entrada del 2020 nace de cuando la Reina Estelwen solicitó ver fotos de mi
colección de perfumes. Antes que desperdigar un par de fotos en Facebook, que
al final se pierden, opté por hacer un mini ensayo de como llegué a tener una
colección de perfumes, un historial de las marcas que he usado en mi vida y
como me he vuelto una sommerlier de diferentes esencias. Hasta he
incluido un listado de los espacios que he usado para guardar mis cosméticos.
Espero les guste. (Agradezco a mi amiguito, la gárgola Iggy, por haber aceptado
modelar junto a los perfumes).
Antes que todo,
quiero explicar que, aunque no lo parezca, no hay nada frívolo en un perfume. Es
una modo de identificación, lo vemos en el mundo animal y también existe en el
humano. Es una manera de hacer más reconocible nuestro olor, incluso ayuda a
aumentar nuestras feromonas. Como la moda, el perfume es una forma de expresión
personal. Es difícil, pero útil, escoger un aroma que nos defina, que nos
siente bien, y que nos haga sentir bien. Yo soy una devota de la aromaterapia,
y un buen aroma puede ayudar en nuestra curación mental, física y emocional.
Días de
Lavanda Atkinson
Desde pequeña
tuve un olfato poderoso, para oler tufos apestosos tanto como para perfumes de
flores que siempre me gustaron. Toda mi familia apreciaba los buenos olores. Mi abuela paterna tenía una colección de perfumes,
y se trajo algunos cuando vino a vivir con nosotros el ‘65. No sé qué pasó con
ellos luego que la internaron.
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Mi abuela con mi padre (1936) |
La colección de
perfumes de mi mamá quedó sepultada con sus muebles de dormitorio y joyeros
bajo las ruinas de nuestra casa en el terremoto de marzo de ese año, pero para
diciembre del 65 ya había iniciado otra. Hasta que fuimos a USA, mi mamá tuvo una
colección de perfumes cuyos nombres eran los de los modistos de sus figurines
de modas: Laroche, Nina Ricci, Paco Rabanne, Chanel, Rochas y por supuesto
Dior. Todos los cumpleaños, mi padre le regalaba un envase grande de Miss Dior
en una caja que parecía hecha de tela y que hacía juego con los trajes.
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Mi mamá y nosotros en 1963, en sus días de Dior |
Hasta mi papá tenía
en nuestro baño (en una casa de cuatro baños, toda mi excéntrica familia usaba
solo uno) sus botellas alineadas en el botiquín. A mi hermano, antes de irse a
la escuela le aplicaban en su cabello engominado unas gotas de Acqua Velva, Old
Spice o Canoe de Dana.
Mi padre prestaba
sus colonias con el compromiso que para su cumpleaños, Navidad o Dia del Padre
le compráramos una botella de repuesto. Algunas venían con crema de afeitarse y
hasta brochas y un tazón para preparar el jabón con el que mi padre se cubría
la cara antes de pasarse la rasuradora eléctrica. La única colonia que no
teníamos permiso de tocar era el exótico Moustache de Rochas porque era “caro”.
Yo tenía permiso
para oler todas esas botellas de formas tan fantásticas, tanto de la colección
paterna como la materna, pero no de aplicarme sus contenidos. Una sorpresa es que,
aunque se me permitía pintarme, no tuve permiso para usar perfume de marca
hasta los quince años. Hasta entonces fui esclava de la famosa Lavanda Atkinsons que me acompañó desde mi infancia hasta mi adolescencia
y de la que he hablado en otro sitio.
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Malena, en sus dias de Lavanda Atkinsons (1968) |
Lo curioso es que
no me interesaba el perfume tanto como las sombras de ojo, los pintalabios y el
colorete (o rouge). Nunca se me ocurrió aplicarme ni los restos que dejaban las
nanas, en su departamentito de servicio aledaño a la casa, botellas con conchitos
de Pompeya o el pasoso Tabú.
Tatiana,
Emeraude y la Colección de mi Hermana
No sé en qué
momento, pero ya fue en suelo norteamericano, que Mi Ma decidió que ya era hora
que tuviera un perfume propio. Así llegó a mis manos un estuche blanco que
contenía el que posiblemente es el mejor perfume que he usado en mi vida:
Tatiana de Diane von Furstenberg. Hoy no se puede conseguir por menos de cien
dólares, pero entonces no costaba más de veinte o veinticinco.
Usé Tatiana por
casi tres años. Ya para cuando entré en la escuela judía, mi madre había
descubierto Saltzman, la farmacia de barrio en Unión Turnpike, a un par de
cuadras de mi casa. Como toda farmacia respetable poseía una sección de
perfumes. Ahí mi mamá se volvió una aroma-glotona probando y comprando marcas
nuevas o desconocidas para ella. Esos fueron los años del desaparecido Ciara,
de Charlie, de Jontue, de Halston, de Babe de Fabergé, y lo nuevo de Coty.
Cuando algo que compraba dejaba de gustarle, mi madre me lo cedía. Así fue como
me convertí en clienta de Coty. Primero con Masumi y luego con el fantástico Emeraude.
Un suceso
extraordinario que ocurrió en mi último año escolar fue la adopción oficial de
la hoy Dra. Janet Sendar como mi “hermana”.
Vale una explicación, en las escuelas de niñas judías, la costumbre es
que las alumnas mayores adoptasen una de las pequeñas para ser su guía y apoyo
durante el periodo escolar. En Ezra Academy, eran las pequeñas las que elegían
y yo tuve el honor de ser elegida por varias.
La diferencia con Janet es que el lazo no se cortó
ni siquiera después de mi graduación, un lazo que perdura hasta hoy. Lo mejor
es que nuestras familias estaban muy contentas con esa relación e incluso yo le
decía ‘mamá” a Mrs. Sendar (aleha ha shalom). Lo mejor fue que mi
estricta madre me permitió lo imposible, quedarme a dormir y pasar largos
periodos en la casa Sendar.
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Mi hermana y yo en mi vigesimo-quinto cumpleaños (Sept. de 1984) |
Ente los muchos tesoros y cosas mágicas que hallé
ahí fue que mi hermana, aparte de su bien provisto armario y de su fa-bu-lo-sa
colección de bodice-rippers, coleccionaba también perfumes. En un cajón
de su gran cómoda (buró) tenía un repertorio de pequeñas y grandes botellas de
diversas marcas. Ahí volví a ver Tabú de Dana y olí el Maja de Myrurgia y tomé una decisión, algún día
tendría una colección de perfumes.
Era una decisión
difícil. Por empezar yo contaba con muy poco dinero para gastarlo en perfumes
de marcas. Luego no tenía donde guardarlos. Desde mi llegada a USA, había
compartido cuarto con mi madre (infierno en la tierra, se los aseguro). Para 1979,
mi nuevo estatus de universitaria me había ameritado un cuarto propio. El más
pequeño de la casa que fue el que ocupé. En amueblarlo con cama, escritorio y libreros,
se acabó el espacio para poner un tocador (vanity, dressing table). Los pocos
perfumes que poseía se quedaban dentro de mis bolsos y colgados dentro del
closet.
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Guapo incomodo ante la estrechez de mi cuarto. (1978) |
Una Era de
Experimentos y Malos Olores
Para ese
entonces, mi mamá había dejado atrás su etapa de probadora. Había hecho amistad
con una vecina que vendía productos Avon. Así fue como conocimos la perfumería
de esa casa. También, por aquel entonces me suscribí a uno de esos clubes por
correo que todavía existen. Este mensualmente me enviaba una caja de cosméticos
(cremas, productos para los ojos, lápices labiales y perfumes). Si nos gustaba,
mi madre pagaba y nos la quedábamos. Si no, la devolvíamos.
Como nos daba
pereza devolver la caja al correo, muchas veces hubo que pagar maquillaje que
no les gustaba ni a las gatas, así que mi madre se cansó y me hizo cancelar la
suscripción. Pero hasta entonces tuvimos acceso a aromas muy curiosos. Recuerdo
por ejemplo una caja de perfumes del Príncipe Matchabelli que contenía Wind
Song, Aviance y Quimera. Otra con Muguet de Bois de Coty. Delicioso, lo usé por
un año hasta que caí en cuenta de que en mi piel el lirio del valle ¡adquiría
olor a consomé de ave!
Pero si hablamos
de tufos, mi momento “trágame tierra” odorífero, lo provocó otra muestra
exótica: el temible Shocking de Schiaparelli. Mi Ma se lo probó, no le gustó, y
me lo regaló advirtiéndome: “Úsalo para la casa” Yo no le hice caso. Este
perfume había sido confeccionado bajo la egida de la gran Elsa Schiaparelli, la
Dalí de la moda; la que por primera vez usó modelos adolescentes (entre ellas,
cuenta la leyenda, mi abuela materna), más encima era la abuela de mi admirada It
Girl Marisa Berenson.
Ese viernes
cuando preparaba mi ropa para el servicio del Sabbath, rocié mi blusa y enagua
con el nuevo perfume. Al día siguiente, me levanté temprano, me vestí y me fui
mientras mi mamá dormía. Como siempre fui la primera de las mujeres en llegar al
templo. En la sección femenina, yo era la única joven y soltera. La mayoría
eran madres con muchos chicos o” viejitas” (a mis 19 años yo consideraba toda
mujer por encima de 45 una anciana) así que no llegaban antes de las diez.
Yo me senté en
primera fila detrás del mehitza. En las sinagogas ortodoxas los hombres
y las mujeres se sientan separados. En los grandes templos incluso se sientan
en pisos separados, las mujeres arribas y los hombres donde no puedan mirarlas.
En una sinagoga moderna y pequeña como la mía bastaba con un biombo cribado, a
través del cual yo podía observar y oír lo que ocurría en el sector masculino,
pero por suerte no me podían oler.
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Una mehitza cribada |
Comenzaron a
llegar las señoras, me saludaban, hacían una mueca y se iban a los asientos
traseros. Pensé que querrían chismear a su gusto, pero pronto comencé a
sentirme aislada. Ahí noté que pasaba algo. Primero fueron toses, luego oí
carcajadas sofocadas, por el rabillo del ojo vi que una hacia gestos como que
se ahogaba. Había mucho susurro, pero como hablaban en yiddish (la
mayoría eran del Old Country, Rusia y Europa Oriental) no entendía ni
jota, pero era claro que yo era la culpable.
Al final, una le
dijo en inglés a otra “¡huele a desinfectante!” Como venia de la boca de una
veterana de Auschwitz, se me heló la sangre en las venas. Luego sentí que me
subían los colores a la cara que se había vuelto un tomate maduro.
No sabía qué
hacer. Ni modo de levantarme y marcharme y no tenía los ovarios que
desarrollaría después para pedir excusas, ofrecer una disculpa risueña y hacer
mutis por el foro. Me tuve que quedar ahí apestando como zorrino por dos horas.
Apenas acabó el servicio alcancé a decirle a mi hermano que me sentía mal y me
iba a saltar el almuerzo.
Llegué a casa
casi corriendo y aun hedía. Mi Ma me lo confirmó.” ¡En serio, vienes hedionda a
insecticida!” Ó sea si olía a Zyclon B. Tuve que cambiarme, no podía bañarme
hasta la noche así es que me puse una bata de casa, y el frasco de Schiaparelli
fue a parar a la basura. Nunca he podido saber si ese frasco venia maleado, si Shocking
es un tufo caro o era algo en mi epidermis que provocó esa tragedia.
En Busca de Un
Perfume Perfecto
La gente que me
conoce dice que yo soy una late bloomer, ósea que hago las cosas con más
retraso que las demás mujeres. Perdí mi virginidad quince años más tarde que la
mayoría de las chicas; aprendí a cocinar después de los 30 años; me fui a vivir
sola después de los cuarenta. Por eso comencé a desarrollar un estilo de vestir
y de arreglarme cuando ya estaba haciendo mi primer posgrado (1984-1987) y ya tenía
un cuarto de siglo de vida mis espaldas.
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Malena en su primer semestre de adjunta en Queens College (junio, 1985) |
Parte de mi nueva
preocupación por tener un estilo propio tenía que ver con mi primer empleo
profesional, con la idea de que debía lucir bien ante mis alumnos, y con mi
primera cuenta de ahorros que me permitía comprar lo que yo deseara. Aunque comencé a experimentar con cosméticos,
los perfumes no fueron mi prioridad. Para entonces mi mamá había abandonado lo
que ella llamaba “perfumes pichiruches”.
Su poder
comprador había subido. A mi padre le habían aumentado el sueldo y se lo
entregaba todo a ella, además mi hermano y yo también le pasábamos sumas
fuertes mensuales. El hecho es que ella se aferró a las tres marcas que usaría
hasta el fin de sus días: Gloria Vanderbilt, Oscar de la Renta y Paloma
Picasso. Yo, firme en mi idea de crearme un estilo totalmente mío, me mantuve
al margen de esos perfumes.
Lo que si le
aceptaba eran las samples. Todos los fines de año, Mi Ma exigía que le compráramos
unos estuches que vendían en Bloomingdale’s que traían miniaturas de perfumes
de marca. Mi mamá se apropiaba de los Chanel, Givenchy, Ralph Lauren y me daba
las miniaturas de First de van Cleef, Estee Lauder, Ombre Rose (que tengo
puesto ahora mientras escribo), y eventualmente los White Diamonds de Elizabeth
Taylor.
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Estuche de Bloomingdale's de los 80. |
Como eran
pequeñitos era fácil guardarlos en cualquier lado. Mis vacas gordas no habían
cambiado la estrechez del cuarto. Mi biblioteca había crecido y aunque dormía
en un sofacama, todavía no había muros para poner algún mueble que sirviese de
tocador.
Cuando cumplí 21
años, mi Mama me regaló un espejo redondo que antes de venirme se lo heredé a
mi Angelita (ahí me mandó una foto). Ese espejo encontró espacio entre la
ventana y la puerta del closet, pero mi tocador colgaba de la puerta del closet.
Me conseguí uno de esos colgadores de ropa interior de cuatro bolsillos, uno
para las limas de uña y esmaltes, otro para pintura de ojos, otro para labiales
y gloss y el ultimo para los pomitos de perfume. Una colega que vino de visita
se murió de la risa: “En mi cuarto tengo un tocador con espejo gigante y ningún
libro. ¡Y tú tienes tantos libros que no tienes espacio para un dresser!”
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El espejo y algo parecido a mi tocador |
1987 fue un año
de grandes cambios en mi vida. Me gradué con honores, me aceptaron (con beca y
todo) en un programa doctoral, y pasaron muchas cosas estupendas y otras no
tanto. Uno de los cambios es que descubrí que me irritaban los perfumes finos y
comenzó una predilección en mi por perfumes más naturales y con aromas florales.
Así descubrí la Island Gardenia de Jovan, la Lavanda de Yardley, Le Jadin y unos perfumes maravillosos que hacia Alyssa
Ashley y que hoy están totalmente descontinuados.
La colección “Flores
de Francia” traía en unos frascos tubulares esencias de flores frescas. Los
frascos iban coronados por tapas plásticas en tonos pastel: azul lavanda para
la lila; marfil para gardenia y rosa, por supuesto, para el de rosa. Además de
esta asombrosa colección, también comencé a pedir por correo perfumes de
catálogos de tiendas especializadas en aromas de flores como Woods of Windsor,
Casswell&Massey y Crabtree y Evelyn.
Entonces estas
firmas se hacían propaganda en catálogos en papel, hoy las pueden encontrar
todas en línea. Únicamente que hoy las esencias están bastante caritas y ya han
desaparecido algunas fragancias como la Damask Rose de Caswell-Massey. El catálogo
de Crabtree y Evelyn ya no vende perfumes.
(Algunos se pueden todavía conseguir
en Amazon).
Hubo momento en
mi vida, a fines de los 80, en que creí que todos mis sueños se cumplirían, que
iría a Oxford, sería una Rhodes Scholar, ganaría una beca Fullbright que me
permitiría desplazarme por toda Europa, y me casaría con un hombre con un
tremendo futuro (léase, lo iban a nombrar decano). Fue ahí que los aromas a
florecita pasaron a perdida y los reemplacé con perfumes de marca y personalidad
como el White Linen de Estee Lauder y el Liz Claiborne que venía en
esas fantásticas botellas triangulares, y
que en mi piel adquiría olor a membrillo.
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Identificación de maestra de Baruch College (1988) en mis días de Claiborne. |
Malena
Medioambientalista
Como ha ocurrido
cada vez que siento que voy a alcanzar el brass ring como se dice en inglés
(ósea cumplir mis sueños) descubrí que todo era una ilusión. Las monedas de oro
se volvieron carbón y tras pasar una serie de tragedias— algunas graves, otras
jocosas— arrivé como naufraga emocional a las costas de La Facultad de Bibliotecología.
The School of
Library and Information Science de Queens College, es junto con mi secundaria
Ezra Academy, el único sitio donde me he sentido realmente cómoda, en paz y
útil. Solo que tal como en Ezra el precio era llevar una vida ortodoxa (ergo
moderna), aquí se esperaba que una fuera una profesional demócrata, de mente
amplia, políticamente correcta y abrazadora de causas. Así fue como Malena se volvió…
¡Medioambientalista! Si, si también pase por esa fase.
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Bibliotecarias en su graduación (1993). Malena (medioambientalista) es la enana del medio. |
Parte de mi
reinvención, fue una remodelación de mi cuarto. Mi hermano me colocó repisas en
las paredes por lo que mis libros ya no quitaron espacio. Adosando mi sofá cama
a la ventana dejé una pared libre para mi escritorio y primer PC. Hubo toda una
pared para libros, televisor y VCR, e incluso para una pila de cajoneras de
bakelita con las que, ante el espejo, creé mi tocador.
Aun con todos
estos muebles, todavía tenía espacio tras la puerta y cercano al closet. Ahí
coloqué una gran cómoda de roble estilo colonial que me regaló Mi Ma. Hoy se la
heredé a la Angelita. A pesar de que mi Ma le trizó la cubierta, en estos
últimos años, plantándole encima enormes y pesados televisores, todavía tiene
sus cajones intactos. Como era muy parecida la de mi hermana, me volvió a nacer
el deseo de una colección de perfumes. Pero, oh, ¡qué pesar! Ya eso se me
estaba prohibido.
En mi nueva
faceta de medioambientalista rechazaba todo perfume con contenido sintético,
todo lo que fuese toxico para la atmosfera (¡fuera aerosoles!) y por supuesto,
toda marca que usaba animalitos como Conejillos de Indias. Eso me llevó a una etapa fascinante, pero
ardua, en la que preparé, mis propios perfumes y productos de belleza.
Por casi cinco años
sostuve un estilo de vida que oscilaba entre los aspectos más benignos de la
ideología Blut und Boden y la religión Wiccana en la cual mi
alimentación, mi salud y mi arreglo personal estaban en manos de preparados
hechos por mi propia mano con un énfasis en lo fresco y natural. Mi cocina fue
un éxito, y tuve buenos logros con la homeopatía y herbolaria en las que
todavía confío.
Los productos de
belleza me dieron resultados mixtos. Las cremas me quedaban muy bien, hice un
tonificador de piel con base de brandy que funcionó de maravillas, pero para no
usar desodorantes en espray, me fabriqué uno con polvo de arroz y canela molida
que no solo no ahuyentó el sudor, sino que dejó mi ropa con manchones color
ca….nela.
Mi experiencia
como perfumista fue fascinante, pero muy pesada y con malos resultados. Conseguí
hacer un agua de rosas pasable, pero nunca pude destilar aceite esencial ni de
rosa ni de otra flor. Eso me llevó a la búsqueda de aceites esenciales en
diversas tiendas. Hoy se pueden encontrar en cualquier lado, pero a comienzos
de Los Noventa, no eran fáciles de conseguir.
Así caí en una
tiendita llamada algo así como “La Guarida del Gato” en Austin Street, a unos
pasos de la tienda de artículos de arte “Minsk” (hoy ninguna de las dos existe).
A pesar del nombre, era una tienda muy soleada con dependientes simpáticos y
toda clase de artículos esotéricos, incluyendo una amplia gama de aceites esenciales.
Alerta, los aceites esenciales pueden ser útiles en magia, aromaterapia o para
perfumar el medioambiente, pero no todos se llevan bien con nuestra epidermis.
Así lo descubrí tras muchos esfuerzos trial and error y mucha comezón.
La solución
apareció de manera mágica como todo en aquel entonces. Su nombre era/es The
Body Shop. Para 1993, cuando yo estaba empleada en la Biblioteca Hevesi, el
área de Queens Boulevard y Austin Street en Forest Hills se convirtió en mi
reino. Fue entonces que a la vuelta del teatro Midway, en toda la esquina de
Austin Street se instaló The Body Shop, un paraíso para la consumista
medioambientalista.
Entremedio de
todos sus productos ecológicos, The Body Shop traía una colección de aceites
esenciales para perfumes. Así me encontré con el aceite esencial de vainilla
que todavía expende y que se convirtió en mi perfume favorito (de hecho, mi
hermano me lo siguió mandando a Chile hasta el 2000).
Además, The Body
Shop también vendía perfumes propios y como la vainilla se había convertido en mi
sello personal, me compré esta maravilla que todavía uso. Hoy, justo cuando
estoy viviendo en Forest Hills, ya no está esa tienda, pero tengo mi tarjeta y
cuando puedo voy al Mall de Roosevelt Field a comprar allá.
Aunque no podía
tener colección de perfumes, mi gran cómoda sirvió para guardar mis implementos
de fabricación de cosméticos y medicinas, mis ollitas esmaltadas (nunca se debe
usar nada de aluminio en estas preparaciones), mis cucharas de madera y estas
cestitas de mimbre donde guardaba mis frasquitos de hierbas y flores secas.
Perfumeria
Chilensis
Cuando volvimos a
Chile, mi mamá se quedó con la cómoda, yo me quedé con los cestitos. Mi cuarto
en la casa de Agua Santa parecía grande pero una pared estaba cubierta de ventanas,
otra con closets, cuando se abrían sus puertas se quedaban con la mitad de la
poca pared que había. Nuevamente privilegié espacio para libros y computadora.
El espejo lo colgué tras la puerta del closet y para peinarme y pintarme tenía
que usar el baño.
La humedad de esa
casa convirtió mi colección de hierbas y flores secas en bolas de moho. Aunque
mi cuñada me envió un frasquito de aceite de gardenia, mis esfuerzos por crear perfumes
fracasaban en ese clima. Se me ocurrió probar uno en Maurito. Además de escocerlo,
mí Ma (nunca fue muy correcta políticamente) se enfureció gritando” ¡Ahora el
gato huele a mari…!)
Bajo esas
condiciones no tuve más remedio que ver que ofrecía Chile en términos de
perfumes. Como la perfumería autóctona no pasa de la Colonia Coral y otras
aguas perfumadas, había que hincarle el diente a lo que pasaba por marcas
reconocidas mundialmente. Las versiones chilensis no me dejaron satisfecha.
Por cortesía, le compré
a una prima política un Anais Anais que debe haber sido más falso que los
diarios de Hitler porque me enronché entera y olía a vinagre más encima. Con mi
primer sueldo, el 97, me compré mi primer Givenchy, Fleur d’Interdit que más
olía champaña que a perfume.
Tras eso decidí
no gastar más en malos perfumes de renombre y probar algo que yo supiera era el
verdadero y original. En 1998, ante el shock de mis compañeros de trabajo en la
Universidad Católica, anuncié que no usaría joyas de verdad para la calle
porque asaltaban hasta en la micro y que mis perfumes los comprarían en L’Bel,
una compañía peruana.
L’Bel ofrecía a
buen precio perfumes muy agradables (sigue existiendo y me imagino que en
America latina se pueden comprar en línea). De todas las esencias recomiendo el
delicioso Liassons que, aunque contiene lirio del valle, iris y heliotropo, en
mi piel pasaba a oler a violetas.
El siglo XXI me
encontró sepultada en una zona medio rural (vivía entre una calle pavimentada y
otra de tierra) en la frontera entre Villa Alemana y Peñablanca. Ahí viví un
poco más de un año, creyéndome pobre y desvalida. No es cierto, al menos tenía
mil dólares en el banco y un empleo en que me pagaban once dólares por artículo,
solo que era un artículo semanal. Digamos que ese año, los perfumes fueron lo último
en mi cabeza.
Como siempre, mi
suerte volteó de improviso. Me hallé viviendo en una casa donde por primera vez
teníamos Mauro y yo un espacio privado para ambos. Agreguémosle el empleo mejor
remunerado que he tenido en mi vida y comencé a soñar que mi cuarentena seria fantástica.
El ganar un millón de pesos mensuales también me hizo voltear la nariz
nuevamente al mundo de los perfumes. Con Janet Astete nos fuimos entonces a los
mesones perfumeros de Ripley, Falabella y Almacenes Paris. Pronto la mesita que
me servía de tocador se llenó de Givenchys, Boucherons y Bulgaris.
Perdiendo el
Olfato
Para el 2004, después
de tres años de bonanza económica, consideré que era hora de vivir sola e
independiente. Mauro y yo nos trasladamos a un departamento en Recreo. Lo que
no consideramos nunca es que iba enfermarme lo que destruiría todo sueño de
independencia. No voy a entrar en grandes detalles de lo que muchos de ustedes
ya saben. Lo que creí una rinitis aguda acabó en un diagnóstico de desgarro en
la meninge por la cual se colaba el líquido raquídeo.
Por razones económicas
y personales, me negué a operarme, eso me convirtió en una persona semi
invalida, una fuente surtidora de líquido cefalorraquídeo que manchaba el piso
mojaba mi ropa hasta el punto de que mínimo debía mudarme dos veces al día. Yo
me sentía freak total y comencé a llevar una vida de ermitaña, me daba
vergüenza salir a la calle. Además, se presentaron otros síntomas como dolores
de hueso, vómitos, tos crónica y se me adelantó la menopausia.
Para colmo, tras
tres años de sufrir esto, comencé a perder el olfato debido a que el líquido me
quemaba las fosas nasales. En ese estado me encontró Janet Astete cuando vino a
visitarme desde Suecia en el 2007. Me trajo un frasco de Stella de Stella
McCartney. Un mes y medio más tarde la fuente se secó y yo recuperé mi olfato,
a tiempo para oler esta maravilla, como todo lo que lleva el sello de la hija
de Sir Paul.
Aunque nunca más
fui una mujer sana, y tampoco recuperé lo que perdí en tres años de mi vida,
las cosas mejoraron. Al punto que en el 2008 tomé un segundo empleo, por un
año. La combinación de dos sueldos me permitió ahorrar un poquito, hacerme un
arreglo completo de dentadura en Capredena, y retomar la ilusión de coleccionar
perfumees. Esta vez decidí solo probar perfumes clásicos fabricados antes de
los 80. La búsqueda fue frustrante, aun en perfumerías especializadas.
Mi primer
hallazgo fue el Arpege de Lanvin. A pesar de su hermoso estuche lila, el
perfume era vomitivo, mitad sulfuro, mitad azufre. Muy lejano al aroma del
pomito negro con cúpula dorada de la colección de mi madre. Obviamente, nadie
se había molestado en informarme de la existencia de las reformulas.
Me di por vencida
con lo que podía encontrarse en Chile, a pesar de que tuve un reencuentro con
Tabú en la Farmacia Ahumada que me ha tenido usando el perfume prohibido hasta
hoy. Gracias a mi hermano comencé a encontrar clásicos en Amazon.com. Algunos estupendos
como el Emeraude de Coty que ahora en mi tercera edad resultaba ser más aromático,
otros como Pavolva que no me gustó tanto y se lo regale a la Angelita.
Finalmente conocí un perfume antiquísimo la Violetta di Parma de Borsari que
llegó acompañada de un atomizador de esos antiguos con un pequeño fuelle. Otra
cosa que perdí al venir.
Fueron estos últimos
perfumes los que me acompañaron cuando regresé a casa de mis padres, en otro
revés de fortuna. Entre el 2013 y el 2016, no hubo tiempo ni dinero para
armarme de colecciones. En las pocas ocasiones en que gane algún dinero solo me
alcanzaba para colonias Coral o loción Adidas. En una ocasión, en el 2014 mi
mamá compro Obsession de Calvin Klein. No le gustó y me lo regaló. Fue el único
perfume de marca que adquirí en esos años. Cuando llegó el momento de empacar
mi magro equipaje para retornar al Imperio, metí solo mi restito de Emeraude y
una botellita de Tabú. Con eso llegué a Nueva York, pero mi falta de
provisiones iba a durar muy poco.
El Embrujo del
Consumismo
Acabo de celebrar
mi tercer aniversario en Nueva York. Llegué el 27 de diciembre del 2016. Dos
semanas más tarde, mi hermana ya estaba llevándome al mall de Elmhurst a
conocer The Bath and Body Works. Ahí adquirí un frasco de crema de peras y frambuesa
para el cuerpo y un botellón de colonia con aroma granada y limón. Pero eso no
pasaba de ser un splash para después de la ducha.
Al mes de estar en
New York había caído bajo el embrujo del consumismo. Mi hermano a cada rato
hacia pedidos a Amazon. Ahora podían enviarme perfumes a la casa y descubrí el
maravilloso arte de los atomizadores en miniatura. Así pude apreciar caros aromas
como el Diorissimo que la Gatita Maricarmen me envió de Miami y el Quelques Fleurs de Houbigant que me regaló mi hermano y que me permitió
reabrir este blog.
Para el verano
del año pasado, cuando Latinas de Ayer se convirtió en pasarela de mis
aventuras como somerlier de perfumes, yo ya tenía mi colección. Mi sueño
se había hecho realidad. Entre Amazon.com, Fragrance. Com y el local que esta última
firma tenía/tiene en Roosevelt Fiel Mall me había aprovisionado. Ahí yo había
descubierto que White Shoulders ya no era un perfume que usó mi abuela sino una
repulsiva reformula. Sufrí desilusiones como con Wild Orchid de Elizabeth
Taylor y maravillosas sorpresas como con Champs Elysees, mi primer Guerlain, que mi hermana Vicky me obsequió para mi cumpleaños
número 58.
Como lo que menos
había en el departamento de soltero de mi hermano era espacio para tocador, el
me regaló esta maletita para ir guardando mis tesoros. Cuando se me acabó el
espacio, comencé a almacenar frasquitos pequeños en cajas vacías de pañuelos
desechables. No se necesita ser Greta Thurnberg para saber reciclar.
En este año, yo y
mis “perjumenes” nos hemos trasladado a Forest Hills a un departamento más
amplio. Aquí se ha cumplido uno de mis sueños, tener una cómoda grande y
dedicar un cajón para mi colección. En este momento el cajón está ocupado por
aromas de primavera y verano. Los que uso en invierno están más a mano y ocupan
un estante de uno de mis libreros.
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Perfumes de primavera |
|
Perfumes de invierno. |
Mi colección es dinámica,
no solo estoy adquiriendo nuevo material permanentemente. También los perfumes
que no uso, o que tras comprar descubro no son para mí, van pasando a manos de
mis amigas. Es una manera de legar en vida, unos tesoros que no esperé llegar a
poseer.
Esa es mi
historia “perfumera”. ¿Cuáles han sido las fragancias que han marcado su vida? ¿Han
probado a coleccionar perfumes? ¿O a
fabricarlos?