Todos los países
hispanoparlantes han tenido alguna versión de un tentempié a media tarde. Esta
precuela de la cena, en el Finisterre del Cono Sur (léase Chile y Argentina) se
apropió del té inglés, pero en mi patria adquirió otro nombre: once. En mi tiempo se conocía como once-comida
y reemplazaba la cena para nosotros los en edad escolar. ¿Como eran esas onces?
¿Como eran las meriendas de ustedes? Eso
es lo que vamos a averiguar
Cada día me quedo
con menos cosas que comer. mis días de gourmand están contados. Me nace
nostalgia por sabores del ayer, por comidas a su hora, por rituales que se
quedaron en mi Chile que quiere cambiar y olvidar lo mejor de su pasado. Ningún
momento del día es más añorado que esa icónica colación chilena conocida como
“la once” o “la hora del té”.
La Duquesa de
Bedford Inventa el Té
El té u once se
toma entre cinco y siete de la tarde. Sea en casa o en cafeterías, incluye los
mismos ingredientes: sándwiches, repostería dulce y un brebaje líquido que
puede ser té u otro bebida. Se cree que él té u once, nació en mi país bajo influencia de la comunidad
inglesa. Sin embargo, en la Argentina, aunque hubo salones de té, el refrigerio
de la tarde se conoce como “hora de la leche”.
El té lo trajo al
mundo angloparlante, Catalina de Braganza en el Siglo XVII, pero se lo consumía
solo con propósitos medicinales. Casi dos siglos después, la Duquesa de Bedford impuso la moda entre sus
aristocráticas amistades de tomar una taza de té a media tarde acompañada de
algunos comestibles. La noble dama se sentía fatigada en ese largo intervalo
entre almuerzo y cena e inventó el té de las cinco. De ahí se convirtió en una costumbre que llegó
hasta la realeza.
A fines del Siglo
XVIII, el Reino Unido tenía ya un imperio. Donde fueran sus súbditos colonizadores
llevaban su pasión por el té de la tarde. A veces con nefastas consecuencias
como ocurriera con el famoso Tea Party de Boston que inició el movimiento independista
de las 13 Colonias. Quizá por eso la hora del té nunca fue costumbre hogareña en
los Estados Unidos.
Sin embargo, para
las devotas de Santa Louisa May Alcott, el té es parte del universo de las
Hermanas March. ¿Recuerdan que la primera vez que Jo visita la Mansión
Laurence, el abuelo de Laurie la invita a tomar té? Inolvidable en
Hombrecitos es cuando Daisy invita a los chicos a tomar un té con ella que
ha preparado especialmente para ellos. Los muchachos se portan mal, acaban
peleándose entre ellos y usando los pastelillos de Daisy como proyectiles.
A America Latina
los ingleses llegaron por muchas razones; hubo mercenarios que ayudaron a las
causas de la independencia, comerciantes
, ingenieros, explotadores de nuestros recursos naturales, turistas y
aventureros. Ellos nos trajeron él té a los chilenos. No sabemos cuándo reemplazó a la merienda de
nuestro país .Se sabe que, en Chile, durante La Colonia y la primera mitad del
siglo XIX, se tomaba un mate a media tarde tal como en los países del Rio de la
Plata, al que se le agregaba leche y acompañaban con algún bocadillo.
No sabría decir cuándo
o como la costumbre del té de las cinco se impuso, primero en la clase alta y
luego bajando hasta los estratos más humildes donde hasta hoy se le conoce como
“la once”. Se ha tratado de encontrar
una conexión con ese nombre y los elevenths de la clase trabajadora y
jornalera británica, pero ese refrigerio siempre tiene lugar a media mañana, y
no, como la once, en horario vespertino.
Mas lo conecto
con el High Tea que todavía se toma en algunos puntos del Reino Unido y
en algunos países de la Commonwealth. Consiste en acompañar él té , el pan y
los dulces con algún plato fuerte, un guisado , una ensalada con embutido. Los
lectores de El pájaro espino (The Thorn Birds) recordarán que Los
Cleary en la Nueva Zelandia de comienzos del Siglo XX, comían estofado junto a
su té y pan con mermelada.
Recobrando la
Hora del Té
En Chile existe
la once-comida que, sin estofado, abarca tal cantidad de cosas deliciosas que
si se la toma entre cinco y siete deja sin apetito para cenar. Sobre todo a los
niños que, en jornada escolar, se acuestan temprano. Al menos nosotros
teníamos esa obligación, tomar té, bañarnos y a las 8pm en camita con luz
apagada.
Lo extraordinario
es que, aunque cada año que pasaba se nos dejaba quedarnos una hora más
despiertos, nunca cenamos. Ni siquiera en 1971 cuando se acabaron las
limitaciones y vimos tele hasta medianoche. Yo vine a cenar en Estados Unidos.
Volvíamos a casa de la escuela, una hora después que mi padre , como a las seis
de la tarde, así que mi madre se preocupaba de prepararnos algo de cenar a
todos, aunque muchas veces no fuesen más que sándwiches o pasta y ensalada. Con
el tiempo se aburrió y empezó a confiar en comidas preparadas, sobre todo en las bandejas de TV Dinner.
Fue de regreso a Chile
en 1996 que abrazamos entusiastamente la idea del té y la cena pasó a perdida. Se
entiende cuando notamos que la idea de la once-comida no nace de platillos
comunes al almuerzo sino de lo copioso de los bocadillos y la deliciosa combinación
de lo dulce con lo salado.
A partir de1998, debido a que los domingos era el día libre del
servicio, se me encargó la once de mi padre. Al comenzar a experimentar con la
refacción paterna descubrí la amplia
variedad de opciones que hay para convertir a la once en la mejor comida del
día.
Una once contiene
como ingrediente principal un líquido caliente que no necesariamente debe ser té.
Este brebaje puede ser reemplazado por café como en la Jause vienesa, o
cocoa, o alguno de esos alimentos en polvo que gustan a los niños. Nuestras onces
veraniegas incluían té. A partir de mis nueve años—no sé si por influencia
de lectura o televisión—exigí que fuese acompañado de una rodaja de limón
que le cambiaba el sabor a la bebida. Mi madre, siempre experimentando, nos impuso en el invierno del ‘71 unos tés
hervidos con canela y piel de naranja, que dizque prevenían catarros, pero no
nos gustaron.
Lo que bebíamos
en invierno era café con leche. Los
americanos se escandalizan ante la idea de niños bebiendo café, como si la Coca
Cola o la Pepsi no tuviesen cafeína a raudales. El modo en que se nos servía, y muchos niños y adultos siguen bebiéndolo
así, es poner una cucharadita de café en la taza y llenarla con leche
hirviendo, lo que en inglés se conoce como White Coffee. Tiene menos
cafeína que un refresco de cola.
El Pan
Chileno: El Mejor del Mundo
El segundo
elemento del té u once, después del brebaje, es el pan. En Inglaterra son
famosos los sándwiches de pepino y salmón para acompañar el Five O’çlock Tea. En Chile el pan es más importante que su
acompañamiento. Se lo he oído decir a extranjeros, el pan chileno es el mejor del mundo. En mi
infancia había muchas variedades de pan, tantas como panaderías en Viña.
Entonces cada panadería se reconocía por sus panes y su bollería.
Recuerdo las
dobladitas argentinas, llamadas así por
sus muchas capas; las flautas que eran
como baguettes pequeñas y servían para los Hot Dogs; las exquisitas rositas que vendían en mi panadería
de barrio en la Calle Quillota y los diversos panes amasados, un tipo de pan
artesanal que difería de panadería en panadería gracias a recetas secretas. Hasta
mi madre tenía una que emergió en nuestros años en USA cuando se hizo cargo de
la cocina, que, en sus primera década de
casada, siempre había dejado en manos
del servicio.
Rositas
También existía
el pan de molde que se vendía en hogazas. Estas se cortaban en trozos en la
cocina con un cuchillo serrado. Solo se compraban para hacer canapés cuando mis
padres ofrecían un “coctel”(Cocktail Party) para celebrar el cumpleaños
de alguno de los dos u otra ocasión especial.
Existía otro pan
de molde que venía ya rebanado envuelto en plástico con el sello “Ideal”. Este pan
era tan repugnante que lo pongo en la categoría del Milo, alimentos que
aterrorizaron mi infancia. Tan blandengue que aun tostado no se le podía poner
mantequilla, solo era aguantable con grandes cantidades de mermelada o dulce de
leche. Yo odiaba abrir mi cestita de colación en el recreo y encontrar envuelto
en Toalla Nova un sándwich hecho con pan Ideal. Su sabor dulzón opacaba el
relleno y creaba un filme almibarado en la boca. El pan Ideal sigue vendiéndose
en los mercados chilenos y sigo encontrándole ese sabor repelente. Lo triste es
que ha reaparecido en el pan estadounidense Wonder .
Por suerte el pan
que se comía en casa correspondía a las variedades más exquisitas de pan
chileno: colizas, hallullas y marraqueta
(pan batido o chocoso). La primera es parecida en términos de masa a la
segunda. La coliza es grande y cuadrada, lo que la hace idónea para sándwiches.
La hallulla viene
en tres tamaños: grande, mediana y pequeña. Esta última sirve para hacer
bocadillos de coctel. Las tres son igualmente sabrosas. El esposo de una
colega, un pastor tejano, pasaba la mitad del año evangelizando chilenos y la
otra de vacaciones en Estados Unidos. Siempre se llevaba a Texas un bolsón de hallullas
congeladas. No se podía pasar sin ellas.
Por último, está
la humilde marraqueta. A primera vista se parece un poco al pan francés, pero
una vez lo muerdes te das cuenta de que la corteza es más crujiente y más
ligera. La diferencia es que no está hecho con grasa, por lo que mi hermano
podía comerlo en sus visitas a nuestro país. Engorda menos y es menos indigesto,
si uno le retira un poco de miga queda convertido en un “botecito” que puede rellenarse
con lo que uno desee. Incluso hay gente que lo usa para Hot Dogs y es el único
pan idóneo para el famoso “Choripán”: un sándwich de chorizo o longaniza frita.
Sandwiches y
Completos
A la hora de nuestras
onces infantiles, el pan alternaba con
lo dulce y salado que corresponde al 5 o’Clock tea. No teníamos esos canapés
sin corteza hechos en “pan de molde”. Como dije se reservaban para fiestas de
adultos. Lo que llamábamos sándwiches eran emparedados de embutidos. Las Cecinas
Stark eran muy queridas en casa ya que correspondían, en higiene y excelencia de sabor, a lo mejor de la salchichería germano-chilena.
De los Stark también se traía el paté de foie gras que hasta hoy es esparcido
en tostadas y galletas de agua en onces chilenas.
Los emparedados
se dividían entre destapados y tapados. Los primeros venían cubiertos con
huevos revueltos (sin paila) o huevo duro molido con sal y aceite. Mucho más
sano y liviano que su equivalente gringo, la Egg Salad que rezume mayonesa. Otro relleno
indispensable hasta el día de hoy es la palta (aguacate) hecha puré acompañada
de sal, aceite y limón. Sanísima, buena
para el colesterol, de sabor riquísimo. En gran cantidad puede afectar el
hígado tal como el huevo, pero nuestras onces eran tan diversas que nunca
llegamos a enfermarnos, aunque mi hígado (debido a una hepatitis contraída a
los cinco añitos) nunca ha sido muy fuerte.
Palta en marraqueta tostada
Los sándwiches tapados
se rellenaban con fiambres o con queso. Chile no es un país quesero. Tuve que
venir a Nueva York para conocer el universo de sabores de queso. En mi infancia
solo teníamos dos tipos de queso: Gouda y Mantecoso (el Parmesano era para las
pastas) que mercadeaba la marca Dos Álamos. Ambos muy buenos sobre todo en mi
sándwich favorito, el queso derretido o queso caliente (grilled cheese).
Los sábados se hacía
un asado de carne de vacuno o se rostizaba un pollo. El domingo era el día
libre del servicio por lo que mi mamá se encargaba del té y hacía en coliza
unos sándwiches espectaculares con los restos del asado, lechuga, tomate y mayonesa casera. Este último
producto reaparecía en las onces de los 70s cuando, en vez de pan tostado, nos zampábamos una buena “completada”.
A mi llegada a Viña
del Mar, en 1961, los mejores perros
calientes de la Ciudad Jardín los hacían en El León, o simplemente “León”, que
desde Los 50 estaba en la Calle Valparaíso, y que luego se convertiría en El África.
Nosotros íbamos una vez al año a comer completos y eran muy ricos, pero a
partir de 1970, coincidiendo con el que mi madre comenzase a recibir gente en
casa, se le ocurrió que una vez al mes a la hora del té hiciesen Hot Dogs (así
los llamaba ella considerando ordinario el término “completo” usado en Chile
hasta hoy).
Los Hot Dogs
Venant eran diferentes a los de León en varios aspectos. El pan era Ideal,
venia en bolsa plástica y hasta hoy día lo que aquí conocemos como Hot-Dogs
Rolls se deshacen solos. Lo importante era el relleno. A mi madre no le gustaba
el chucrut (sauerkraut) y lo reemplazaba con repollo cocido en vinagre.
Seguía el relleno con tomate y cebolla cortados en cuadritos. Sobre ese colchón
venia la salchicha (vieesa) Stark que mi madre hacia cocer y luego freír para asegurarse
que no había peligro de triquinosis.
Encima de todo
esto venia una gruesa capa de mayonesa hecha en casa (mi madre no aprobaba las
en frasco) y un último chorrito de salsa
de ají (Tabasco Sauce) . Tampoco le poníamos mostaza, y el kétchup era desconocido incluso en las
fuentes de soda. No recuerdo haber comido en mi infancia completos como lo
sirven hoy con capas de pure de palta. Aunque al final de esa comida se servía
té caliente para bajar la completada, el acompañamiento inicial eran cervezas
Escudo (variedad pilsener) bien heladas
que nosotros compartíamos con los adultos.
La Repostería
de la Nana Yolita
He hablado de los
elementos salados de la hora del té, pero toca hablar de lo dulce y no sé por dónde
comenzar. Quizás por mi Nana Yolanda (una nana de verdad, tan de verdad que mi
made la presentaba como nuestra “institutriz”). La Nana Yolita era un personaje
importantísimo en la casa. El resto del servicio la llamaba “Señorita Yolanda”,
todo lo que hacía era encargarse de los niño, o sea nosotros. Por eso cuando
comíamos con nuestros padres (el desayuno sabatino, o las cenas de Navidad y
Año Nuevo) ella compartía la mesa principal con la familia.
Lo único que ella
hacia para la casa era cocinar alguna especialidad. Como buena alemana de Puerto
Varas, su fuerte era la repostería y se
encargaba de los dulces caseros. A mucha gente le sorprende saber que, aunque nací
dulcera, no había mucho dulce en casa . Los pasteles (cakes, bizcochos, pastas,
masitas) se compraban solo en ocasiones especiales. Las tortas (cakes, tarta,
pastel) se mandaban hacer para los cumpleaños,
en Cevasco, la pastelería favorita de mi
madre.
Los postres no
solían ser muy elaborados y se confeccionaban con fruta fresca, en conserva o
en compota. Mi adicción al azúcar nacería en USA. Sin embargo, la hora de la
once debía incluir e incluía dulce. La especialidad de la Nana Yolita era el
Kuchen (pie, tarta de frutas) que hacía con diversas mermeladas. Era tan
artesanal que hasta confeccionaba la mermelada. Mi primera experiencia culinaria
fue cuando la Nana me permitió, a mis cuatro años, ponerle la cubierta a un
Kuchen de damascos(chabacanos, albaricoques).
La Nana hacia un
kuchen semanal, de diferentes sabores y una bandeja de algo no muy alemán,
scones que eran los favoritos de mi padre. Para acompañarlos, la Nana confeccionaba
una mermelada de naranja que a nosotros no nos gustaba por su sabor amargo. La Nana
también hacia empolvados y brazo de reina, hasta hoy uno de mis dulces
preferidos.
Aunque, cuando se
vino del Sur, se había traído sus
recetas anotadas en un cuaderno, la Nana no era reacia a probar recetas de
revistas. Para el cuarto cumpleaños de mi hermano le hizo una torta que vio en
la portada de Saber Comer y como era germanoparlante, le gustaba probar
recetas de la Burda, la famosa revista alemana de modas.
Dulces
Artesanales
La Nana
desapareció en 1966. Hasta la llegada de la Gladys en 1970, no tuvimos una nana
con “buena mano” para lo dulce. La mayoría se lo sacaba de encima en la semana
comprando galletas en el San Martin, el almacén donde hacíamos todas nuestras
compras, o trayendo, con el pan
calientito de la tarde, algún dulce
chileno como alfajores o los famosos chilenitos cubiertos de fondant blanco.
A nosotros nos
gustaban más los berlines que hoy se llaman “conejitos” y vienen rellenos de
crema inglesa. En nuestro día era mermelada lo que contenían dentro estos
pastelillos vieneses que son muy parecidos a las jelly donuts de aquí.
En mi infancia los mejores berlines se conseguían en la panadería Lagomarsino
al frente del Hotel O’Higgins.
Pero si las nanas
no tenían ganas de caminar hasta la Avenida Libertad, nos contentábamos con lo
que hubiera en la panadería que quedaba en la Calle Quillota en la cuadra inmediata
al Puente Quillota. Ahí hacían un pan de huevo decente y unas roscas gigantes
que olían a anís y venían cubiertas de un fondant medio derretido. Eran lo más
barato que recuerdo de la época. Solo costaban 500 pesos cada una y su tamaño
gigante nos permitía partirlas por la mitad y cada uno comerse un buen trozo.
También vendían mantecados,
unas galletas duras hechas con manteca, grasientas, pero sabrosas. Los mejores
mantecados nos los traían las nanas para la once del viernes ya que los
compraban cerca de un salón de baile donde iban en su salida de los jueves por
la tarde. Nunca supe que tienda era esa. Me sospecho que probablemente los
traía en su canasto algún vendedor ambulante, lo que hubiese chocado mucho a mi
madre obsesionada con la higiene. Los mantecados eran un regalo secreto de las
nanas. Ya en los 70 cuando mi madre solía viajar mensualmente a visitar a mi padre
en Rancagua y nos dejaba cargo de la Gladys, mi hermano y yo le dábamos permiso
que fuese a bailar de noche con el encargo de traernos mantecados.
Queque,
Panqueques y Sopaipillas
Volviendo a las nanas
pre-1970, mi madre pronto entendió que no eran buenas con la pastelería. Algo
que ella había exigido en su aviso en El Mercurio. Aunque ni ella ni mi padre tomaban once en
casa , les puso un ultimátum al servicio doméstico o preparaban algo dulce para
el té de los fines de semana cuando ella si se quedaba en casa o se iban.
La solución la
ofrecí yo. Desde 1968 que me había vuelto ducha en hacer dulces simples como
galletas de mantequilla y el infaltable queque (lo que los mexicanos llaman “panque”
un bizcochuelo sin relleno ni betún). Así que, en ausencia de mis padres, llegada de la escuela el viernes, preparaba a la carrera un queque simple a cuya
masa le agregaba nueces y pasas. Para variar les ponía un sabor diferente cada semana, agregándole jugo de naranja, chocolate en polvo o algún licorcito del bar
de Mi Pa. Terminaba espolvoreando el queque con azúcar flor . Se servía cortado
y le poníamos manjar o mermelada. Esto me dio una idea.
En una ocasión partí
el queque por la mitad, lo rellené con
dulce de leche y lo cubrí con fondant. En otra ocasión lo rellene con dulce de
,moras y decore el exterior con merengue y guindas marrasquino que estaban
reservadas para los cocteles. Las nanas fueron felicitadas y su trabajo estuve asegurado
sin que mi madre sospechase.
Para evitar
sospechas a veces las nanas (o yo misma) le decíamos a mi madre que yo quería
preparar mi especialidad. Se trataba de bolitas de chocolate que hasta hoy mi hermano
dice que es lo más sabroso que le he servido en su vida. Como es un dulce que
yo preparaba mecánicamente, sin medidas
ni reglas, solo les puedo dar la receta
informal.
Necesitan un par
de tazones de miga de algún pastelillo. En casa se guardaban las migas de
bizcochos y galletas precisamente en espera de este dulce. Se mezclan las migas
con una lata de leche condensada. Con las manos limpias se forman bolitas del tamaño
de una ciruela pequeña, se pasan por
nuez molida y chocolate en polvo. Si quieren las ponen en el refrigerador.
Sirven para acompañar helados, fresas o solitas.
Aunque nuestras nanas no eran buenas reposteras, había algo que todas sabían hacer bien: panqueques. Una aclaración, en Chile llamamos panqueques a los crepes. La gracia del crepe va en su relleno: mermeladas, dulce de leche, miel de palma—otra delicia chilena— hasta dulce de alcayota. No sabría decirles cual es la combinación perfecta para un crepe caliente. Pero comer esa tortilla sin azúcar con el contenido dulce es una experiencia celestial. Uno no se cansa de comer panqueque tras panqueque, por lo que una “panquecada” era una once completa.
Algunas nanas también
sabían hacer elementos esenciales de la repostería
chilena: los famosos picarones, calzones rotos y las infaltables sopaipillas.
Cuando uno los mira parecen lo mismo, masa frita azucarada. No es así. Tampoco
se deben confundir la sopaipilla mexicana con la variedad chilensis. El
calzón roto se asemeja más a la sopaipilla mexicana. Solo que el dulce chileno
lleva licor y ralladura de algún fruto cítrico. En cambio, la sopaipilla mexicana
lleva canela y miel.
La sopaipilla
chilena, tal como el picarón, contienen
entre sus ingredientes puré de zapallo (calabaza) lo que le da un color anaranjado
muy atractivo. El picarón lleva azúcar en su masa y se sirve espolvoreado de
azúcar fina. La sopaipilla puede sentirse dulce debido al zapallo, pero lleva
sal, por eso se la puede servir al almuerzo u hora del coctel acompañada del pebre,
la típica salsa picante chilena.
La confección de
estas tres masas requería de una tarde de amasado y uslereado. Hasta nosotros
colaborábamos aplanando masa con botellas vacías de refresco y cortándola de diversas
formas. El picaron tiene forma de buñuelo con círculo al centro, los calzones
rotos suelen ser cuadrados y las sopaipillas son redondas (ahí también difiere
de la variedad mexicana). Luego, desde prudente
distancia, veíamos a las nanas freírlos en grandes calderos de bullente aceite.
Este era otro alimento contundente que no necesitaba para ser once-comida más acompañamiento
que té caliente.
La sopaipilla va
asociada a uno de los recuerdos (y aromas) más placentero de mi infancia.
Cuando se hacían sopaipillas se las hacía en tal cantidad que se las guardaba
en bolsas de papel en la caja del pan. Si el ambiente era el indicado podían
durar más de un mes. No importaba si se endurecían porque se las guardaba para “pasarlas”.
En días de lluvia, se sacaba de la despensa unos bloques oscuros que solo vivían
para un propósito: las sopaipillas pasadas.
Los bloques eran
chancaca (melaza, piloncillo, panela). Se ponían a hervir con agua en una olla
gigante y se le agregaban clavos de olor, piel de naranja y palitos de canela.
Ahí, cuando el agua ya burbujeaba, se sumergían las sopaipillas hasta que volvían
blandas y se impregnaban de ese almíbar. No se pueden imaginar el olor y el
sabor. Para mi eran símbolos de calidez, de comodidad, de la serenidad a la que
he aspirado toda mi vida.
Creo que se debe
a que cuando llovía no íbamos a la escuela. Nos pasábamos el día en la cocina
con las nanas que eran los adultos en los que más confiábamos. Se encendía la
chimenea en el living y eso calentaba toda la casa. Como nuestros padres
regresaban tarde, nos servíamos las sopaipillas en el comedor y tomábamos once
junto con el servicio y las mascotas.
A veces, en días de mucha lluvia, se cortaba la luz.
Prendíamos los candelabros de mi abuela y escuchábamos a las nanas que venían de
zonas rurales contarnos historias de aparecidos. Una noche tormentosa, estábamos
en semi penumbra comiendo nuestras sopaipillas y tan estremecidos con el relato
fantasmagórico que no notamos que mi padre había llegado y entrado con su
propia llave. Solo vimos que se movía la cortina de felpa morada que separaba
comedor de living y que asomaba una sombra oscura. No sé quién gritó más, si
las nanas o nosotros.
Meriendas de
Hoy
Hoy la once sigue
reinando como la última comida fuerte del día en Chile ¿ pero ¿cómo es ese
momento en el resto del mundo hispanoparlante?
¿Sigue en la Argentina, la costumbre de “tomar la leche”, un constante en los recuerdos de escolares del
siglo XX?
¿Y qué paso con
la merienda mexicana que coincidía con lo de “Ir a buscar el pan” a la
panadería y que hasta los 80 abarcaba productos comerciales memorables como los
panques BImbo y el chocolate La Abuelita que promocionaba Doña Sara García?
Es como la
descripción de “la merienda” del mundo de Marisol niña. En los filmes, donde casi siempre hacía de chica pobre, la merienda era chocolate con churros, más
abundante y con bollería era la colación que esperaba a la Marisol de los
libros cuando volvía de la escuela. Era una época en que el horario escolar
cubría la jornada completa. Me recuerda las descripciones de mi padre de sus
días de colegial en que las clases acababan cuando ya estaba oscuro y volvía su
casa a …tomar el té.
En mi próxima
entrada, si D-s quiere, hablaré de los salones de té de mi ayer, y de las “teterías” de hoy. Ahora me quedo
esperando los aportes de ustedes al sabroso tema de la merienda.
Desde FB de Miroslav Basic Palkovic
ResponderEliminarIt is interesting that South America drinks tea as a producer of coffee, while we, here at the Balkans, have no coffee plantation but we drink coffee up to ten times a day, and I mean black coffee, made the Turkish way. Not me, personally, I am a tea person.
Para Miroslav Bašić Palković Oh we are great coffee drinkers, we have coffee shop culture (think of Brazil, Colombia, Costa Rica, major coffee exporters). In the Rio de la Plata countries, the national hot beverage is mate. Tea is a Chilean thing that defines a particular meal and that has to do with English inmigrant influence.
EliminarDesde FB de Ana Estelwen
Eliminar¡Menudo post más sabroso! 😋
Como bien apunta Maggie Sendra, en España merendamos y cenamos (lo de "once" no existe, primera vez que lo oigo). Pero si hay que saltarse una comida, es la merienda, no la cena; si te vas a la cama sin cenar es que estás enfermo o algo así. La merienda se ve más bien como algo de niños, los adultos no meriendan o lo hacen poco, o sólo de vez en cuando. Suelen ser comidas sencillas, como fruta o un bocadillo (no muy grande). La bollería para merendar era más común en los 80 y los 90 que ahora, era común que al salir del colegio a las cinco tus padres o abuelos que venían a recogerte te compraran una palmera o una caña de chocolate en el horno. Yo nunca las pedí porque siempre fui más de salado que de dulce, a mí me traían un bocadillo de sobrasada o de anchoas en aceite (mis favoritas, y no eran de lata, las hacía caseras mi madre).
Mi hija hoy en día merienda nada más llegar a casa a las cinco y media y suele pedir un bocadillo de queso o de pechuga de pavo. Si tengo hambre la acompaño; si no, hay días que aguanto bien hasta la cena.
En España se cena tarde en comparación con los demás países (sobre las 9 entre semana y sobre las 10 ó 10 y media los fines de semana). Es una comida más ligera que la del mediodía. Hoy, por ejemplo, en casa hemos cenado pescado a la plancha y una ensalada de tomate, yde postre fruta. Otros días cenamos puré de verduras, tortilla, carne a la plancha o sopa de fideos, que es muy reconfortante en invierno.
Las merienda-cenas se hacen a veces, y son en torno a las siete o las ocho de la tarde, pero al menos en mi familia es algo muy inhabitual, que o bien se hace de manera festiva, o bien un día que has comido mucho y no apetece ni merendar temprano ni cenar fuerte.
Como anécdota, diré que aquí el pan no tiene tanta variedad como en Chile y es siempre el mismo (lo que vosotros llamáis baguette y aquí llamamos barra de cuarto), de corteza crujiente y miga esponjosa. Y que lo que tú llamas "brazo de reina" aquí se llama "brazo de gitano". No tenemos demasiada costumbre de tomar té (es más como un digestivo para después de comer al mediodía), y desde luego tampoco hay costumbre de tanto dulce y tanta repostería; sí es cierto que a veces con el café se toman dulces, galletas o tartas, pero se trata más de una prolongación de la comida del mediodía en forma de postre que de una merienda, y además sólo lo hacemos en ocasiones muy especiales (cuando es un cumpleaños o un santo, o vienen visitas a comer).
Para Ana Estelwen Muchisimas, muchisimas gracias. Es lo que pensé que la merienda quedaba para los escolares. No si la once es una costumbre totalmente chilena donde se cena solo en ocasiones festivas o en restaurantes, y si solo en Chile se bebé tanto te como en Inglaterra.
EliminarDesde FB de Maggie Sendra
EliminarHappy blogday!!! Churros con chocolate, que ricos. Aunque siempre hemos sido más de desayunarlos o de merienda-cena. Somos un país raro con los horarios. Debe ser por las horas de sol. Me acuerdo de pequeña de los bocatas de de embutidos y la pieza de fruta. Ahora, mi padre me prepara te negro para mi intestino. Tengo el SII y el te me calma.
Para Maggie Sendra Yo también tengo el intestino irritable y tomo te de anis para eso. Entonces qué? Cenan ustedes o meriendan?
EliminarMerendamos y cenamos. Aunque a veces, mezclamos y hacemos merienda-cenas. Solemos cenar tarde, ahora porque estoy en clase y llego más tarde, pero sobre las 21:00 cenamos. Eso es tarde para otros países de nuestro entorno. Y cuando queremos hacer meriendas-cenas: como chocolate con churros o el rosco de reyes con chocolate en Reyes, lo hacemos sobre 19:30-20 horas.
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