Ya una vez le hablé
sobre Madame Gres y su misteriosa sobrevivencia en el Paris
Ocupado, pero no es el único eslabón entre la perfumería y el Holocausto. Desde
la triste historia de la heredera de Van Cleef &Arpels hasta la “Agente
Westminster”, mejor conocida como Coco Chanel, la historia de la perfumería francesa
se entrecruza con la de la Segunda Guerra Mundial.
Para fines de los
años 30, la capital definitiva del perfume mundial era Paris. La perfumería
italiana apenas rozaba el nivel galo. Nada más que en 1939 las grandes marcas
del perfume francés sacarían al mercado nombres como Balalaika de Lucien
Lelong, Doña Sol de Renoir, Confetti de Lentheric, Alpona de Caron, Courage de
Bourjois, Cordon Noir de Coty, y Transparence de Houbigant.
Un año más tarde,
Paris es ocupado y las grandes casas parecen de luto. Solo Coty y Chanel sacan perfumes ese año. No
es de sorprender, ambas firmas son un símbolo de la colaboración con los alemanes.
Coty está bajo el
amparo del Mariscal Pétain. Su presidente Ferdinand es diputado del gobierno de
Vichy. Como tal deberemos verlo como cómplice de sus crímenes. A Coty eso lo
tiene sin cuidado, lo importante es seguir creado fragancias, entre ellas la fantástica
Muguet de Bois (1942). Con el tiempo he tenido que perdonarlo porque su
Emeraude es uno de los pocos aromas que no me provocan alergias. Chanel es otro
cuento.
La Agente
Westminster
Desde la lujosa
suite del Hotel Ritz, donde la ha instalado su amante alemán, Coco maneja su
emporio. En 1941 crea Mademoiselle Chanel. A pesar del poder que ha adquirido al
tener por amante al Barón von Dinklage, todo un jefe de espionaje, Chanel dejará
atrás la perfumería y los diseños. ¿Será porque a partir de 1941 tiene que
despedir a todo su personal judío y ya no le quedan empleados? No es que esto
le arranque lágrimas. Desde antes de sus amores con el Duque de Westminster—el
mayor antisemita de las Islas Británicas— la modista ha vocalizado su judeofobia.
Ser antisemita no
le ha impedido contratar judíos o echar mano a inversionistas de origen hebreo
cuando los necesita. En 1924, Chanel N° 5 ha
aparecido en el mercado gracias a los auspicios económicos de La Familia Wertheimer.
El contrato estipula que los Wertheimer recibirán la mayor parte de los
ingresos. Eso disgusta a Coco que decide aprovechar sus buenas relaciones con las
fuerzas de ocupación para “arianizar” la perfumería de los Wertheimer y
quedársela ella.
No cuenta con la
astucia de sus antiguo financistas. Antes de huir a Estados Unidos, han puesto el
negocio a nombre de Félix Amiot, un caballero ario. Los Wertheimer envían a un
espía inglés llamado Herbert Thomas a Paris. Bajo el alias de Don Armando Guevara
y Sotomayor, Thomas sustrae la formula del Chanel N°5. Así los Wertheimer
pueden continuar la fabricación del aroma en un laboratorio de Nueva Jersey.
La mala noticia
exaspera a Chanel y probablemente le quita las ganas de seguir trabajando en su
rubro. En 1941, como describe Hal Vaughn en su Sleeping with the Enemy
(Durmiendo con el enemigo), la coutourier entra en otro negocio, el del espionaje.
Mas tarde dirá que lo hizo para liberar a su sobrino de un campo de prisioneros
de guerra. Lo cierto es que Coco se convertirá en una agente nazi con el número
de serie F-7124 y el alias “Westminster” en honor a su antiguo amante.
Spatz, el apodo
de von Dinclage, pone a su amante en contacto con otro colaborador, el Barón de
Vaufreland. La pareja parte a Madrid. ¿La misión de “Westminster”? Contactar
conocidos en el mundo de la alta costura y recaudar información que sea útil a
los nazis. Mas o menos lo que hace Sira Quiroga en “El tiempo entre costuras”,
pero en reversa.
Nadie sospecha de
esta mujer que, a sus 57 años, sigue conservándose guapa y elegante, y que es
reconocida mundialmente. En Madrid, Chanel almorzará con un diplomático inglés,
Brian Wallace. Nadie piensa mal. ¿Acaso Chanel no es amiga del embajador inglés
Sir Samuel Hoare? No se sabe cuáles fueron los resultados, pero el sobrino es
excarcelado y la modista queda en la nómina de la Abwehr.
En 1944, un
oficial de la Abwehr, el Conde von Ledebur-Wicheln se pasa al campo Aliado.
Entre los datos que proporciona están los de una entrevista que tuvo lugar en
1943 entre Coco Chanel y el mismísimo Heinrich Himmler. ¡Y en Berlín! Ese
encuentro propició otro viaje de Chanel a Madrid. Ahora a ver si los Aliados estarían
dispuestos a firmar una paz separada. Los términos de Himmler no gustaron a
Churchill y no hubo trato.
En julio de 1944,
Paris es liberado. Chanel se pone a venderle perfumes a los soldados Aliado,
pero es arrestada por los Fifí, los escuadrone de la Francia Libre que andan a
la caza de colabos. A Chanel la sueltan casi inmediatamente. Ni siquiera
la trasquilan como han hecho con otras “colabo horizontales”. Se dice que
Winston Churchill ha intervenido a favor de ella.
Chanel no es
tonta. Aprovecha el respiro y huye a Suiza donde ya se ha refugiado Spatz. Vivirán
juntos hasta 1954, año en que la modista se atreve a regresar a Paris. Ya la
guerra es algo olvidado para el Beau Monde que está feliz de que Chanel
vuelva a vestir a sus mujeres. Incluso,
tras llegar a un acuerdo legal con los Wertheimer, resucita su perfumería.
Sin embargo,
Chanel no ha cambiado. Se ha vuelto gruñona y tiránica con la edad. Poca gente
quiere acercársele. Tampoco se ha deshecho de sus prejuicios. En una charla con
el autor Paul Morand, quien escribiría sus memorias bajo el título de The Allure
of Chanel, Coco da rienda suelta a su homofobia. Estando en Suiza, le hace
a Morand comentarios como que los homosexuales quieren ser mujeres “y lo hacen
pésimo “y “He visto muchas mujeres arruinadas por cupla de estos queers”. Su mayor queja es en contra de los diseñadores
gays, lo que nos lleva a un secreto a voces.
Durante la
Ocupación, cuando la homosexualidad era un crimen que los nazis castigaban con
deportación a campos de concentración, Chanel confeccionó una lista de sus colegas
con tendencias gay. Al único que eximió fue a Balenciaga cuyo trabajo admiraba.
Nunca sabremos si les mostró su lista a sus jefes nazis o se arrepintió, pero
el solo crearla demuestra el poder de su homofobia.
Renee-Rachel,
la Heredera Olvidada
Muchas firmas
perfumeras judeo-francesas siguen el ejemplo de los Wertheimer, y trasladan sus
negocios al Nuevo Mundo. Weil es uno de los mejores ejemplos, pero también
Ernst Daltroff el dueño de la célebre marca Caron. En 1940, el judío Daltroff
se instala en Manhattan, allá produciría uno de sus perfumes más icónicos, Royal
Bain, que viene en un envase que recuerda una botella de champaña.
No todos los
grandes empresario judíos tuvieron esa suerte de poder huir. Un dicho de la
postguerra parisiense que Roger de Peyrefitte recoge en sus Les Juives
es “Los judíos pobres se fueron a Auschwitz, los ricos al Waldorf-Astoria en
New York”.
En los 80 probé,
por un tiempo, el famoso First de van Cleef& Arpels. Nunca me gustó mucho a
pesar de que era el primer intento de la afamada marca de entrar al mundo de
las fragancias. Van Cleef& Arpels es un nombre legendario que por más de un
siglo ha sido asociado con la joyería fina. Alfred van Cleef, un judío de los Países
Bajos fue el fundador de la firma en conjunción con su tío Salomón Arpels, un
mercader de Gante.
Alfred estaba
casado con Esther Arpels y su hija Renee-Rachel tenía diez años, cuando su
padre y su abuelo abrieron la primera joyería en Paris, en la Plaza Vendôme cerca
del Hotel Ritz. Tras la muerte del Abuelo Salomón, los Tíos de Rachel se
unieron al negocio que, ya para los años 20, era conocidísimo dentro y fuera de
la fronteras de Francia. La firma ganaba premios en exposiciones y fueron encargados
de la manufactura de la corona de la Reina de Egipto.
Durante la
Primera Guerra Mundial, Esther destacó como enfermera en el Hospital Rothschild.
Ahí conoció un joven teniente Emile Puissant y se lo presentó a su hija. En
1917, Renee-Rachel se convirtió en Madame Puissant. El final de la guerra encontró
a Emile en el puesto de director artístico del emporio joyero del suegro, un
puesto que ocuparía hasta su muerte prematura en un accidente automovilístico
en 1926.
A pesar de que
Renee o “Nanette” como la apodaban tendría una relación amorosa en su viudez
con un judío sefardita llamado Elie Scalie, su gran amor sería el negocio de su
padre. A partir de la muerte de Emile, Renee ocupó su puesto de director artístico.
Pronto demostró sagacidad para los negocios cal igual que talento para el
diseño de joyas.
Fue la inventora
del fantástico y olvidado minaudiere (mi mamá tenía uno), una pieza en
la que una dama podía cargar todo lo importante: sus cigarrillos, su
encendedor, su polvera y hasta su lápiz labial. También Renee inventó algunos diseños
audaces como el collar ‘flexible” que creó para su mejor clienta, la Duquesa de
Windsor.
A la muerte de Alfred
Van Cleef, en 1938, su hija se convirtió en la “patrona” de un negocio
millonario, pero todo cambiaria con la derrota de Francia en 1940. Los Arpel se
refugiaron en Nueva York donde abrieron una oficina en el Rockefeller Center.
Renee no quiso abandonar Francia. todos sus esfuerzos estaban encaminados a
proteger su firma. Para evitar que los nazi se la quedaran la puso a nombre de
un amigo, el conde Paul Leseluc.
Solo entonces planeó
su escape. Su intención era cruzar España hasta llegar a Portugal, pero fue devuelta
en la frontera española. Otro intento de huir a Argelia también fracasó. Esther,
madre de Renee, se ocultó en un pueblecito de la Riviera, pero su hija se había
instalado en Vichy y había abierto una joyería en la calle más céntrica.
1942 fue un año clave
para muchos judíos como Renee-Rachel que se consideraban por encima de reyes
raciales. Primero vino el cierre de su tienda por órdenes de Pétain. El Mariscal
solía pasear a pie por la calle y no le gustaba ver tiendas judías. Luego,
Renee fue expulsada del hotel donde vivía y debió buscar refugio en una pensión
de cuarta.
El golpe de
gracia llegó en noviembre de 1942. Después del desembarco Aliado en África del
Norte, los alemanes invadieron la Francia de Vichy e impusieron sus leyes
raciales, sin miramientos de clase o fama. Renee recibió órdenes de
presentarse en la comisaria más cercana para inscribirse como judía, recibir su
estrella de David que debería usar siempre sobre sus prendas exteriores, y
escuchar todas las prohibiciones que afectaban a la población de origen
israelita.
Mas allá de la
humillación, para Renee estaba claro que estas medidas precedían a la
deportación a Polonia y los campos de la muerte. Presa de la desesperación, se
arrojó por la ventana de su cuartucho de hotel. Su cuerpo fue enterrado en una
fosa común. Después de la guerra, Esther Van Cleef recuperó el cadáver de su
hija y lo hizo enterrar en el Cementerio Israelita al lado de Alfred.
Con Renee murió
la estirpe van Cleef. De ahora en adelante, la famosa joyería quedaría en manos
de los Primos Arpels que tuvieron el buen juicio de huir a America. Fue bajo
sus auspicios que la firma entró en lo 70 al negocio de la perfumería.
A Renee, le hubiese gustado mucho involucrarse
en se aspecto tan refinado del negocio, pero para entonces había sido olvidada.
Ha sido en estos últimos años que su triste historia ha sido recordada primero
por un libro en francés (Renee-Rachel Van Cleef la olvidada de la Plaza Vendome) , luego por la amplia mención que Anne Sebba hace de
ella en Les Parisiennes su extenso estudio de las francesas bajo la
Ocupación.
La historia de Renee-Rachel Van Cleef y la de Coco Chanel son las do caras de esos tiempos. Ambas mujeres
de mundo, exitosas empresarias, dedicadas a negocios que ensalzaban la
condición femenina, pero la bota masculina del nazismo cambió su vidas.